lunes, 22 de octubre de 2012

Añoranza


Caminaba despacio por la calle, divisaba todo a su alrededor y con cada gota de agua que caía en la mañana se entretenía y le inventaba una historia, puesto que le caracterizaba su locura.
Sostenía en sus manos un lápiz y una libreta en la que escribía sus sueños, en la que imaginaba cómo llegar lejos, como despegar del mundo en el que se hallaba.
El parque infantil le daba inspiración, pues su impaciencia se parecía a la de los niños, pero aún así no se atrevía a sentarse en uno de sus bancos a escribir, debido a su timidez, inseguridad ante aquellas personitas diminutas que se entretendrían en juzgarle señalando con el dedo lo que estaba haciendo.
Seguía avanzando con paso dubitativo y a lo lejos, en el cielo, podía empezar a divisar el arcoíris que se había ido formando, debido al contraste entre sol y lluvia, y lo que era ansiedad dio paso a una tranquilidad impropia de él.
Se sentía cómodo esa mañana, algo le llenaba de vitalidad al pasear entre bares que siempre había visitado y ver como nada habían cambiado desde su partida y simpático saludaba a un lado y a otro a esas personas que hacía tanto tiempo que no veía.
Decidió sentarse justo en el centro de aquella fuente ya seca, sin vida y prosiguió soñando, sus ojos, sin esperarlo, se llenaron de lágrimas y así acompañó a aquellas gotas de lluvia que de nuevo empezaron a caer, y todo a su alrededor se convirtió en un mar salado.
Observó las palmeras con las que de niño, en toda ocasión, había jugado y su sensibilidad, una vez más, dio pie a un sollozo que representó, sin ninguna duda, su añoranza hacia el lugar, que le recordó a su despedida y por tanto, a su adiós a todo lo vivido allí.




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