Estoy
sentada en el suelo, con las piernas cruzadas. En el sofá está mi hermano,
dormido. Todo está en silencio; él ha llegado de trabajar y se recupera para
salir de fiesta a la noche.
No
quiero que se vaya otra vez. Ha estado espiando a papá en el laboratorio y ha
cogido una de sus pociones; la del pez. Lo último que ha escuchado Marco, es
que ese brebaje solo se puede tomar una vez, ya que debe ser mejorado, para no
tener efectos secundarios.
—Es
increíble, pero todavía quedan años de investigación para utilizarla. Se
comprueba a través de conejos robots que si la bebes por segunda vez, el
encantamiento no desaparece jamás —dijo papá a su grabadora.
La
primera vez que Marco robó una pequeña muestra de esa pócima, fue al puerto y
se adentró con el yate de la familia mar adentro. Me escondí en uno de los
camarotes para ver qué hacía. Se puso el bañador, se echó al agua y se bebió
todo el frasco. En ese instante, sus piernas desaparecieron. Sus extremidades
inferiores se convirtieron en una cola grisácea, con escamas.
Empezó
a nadar alrededor del barco y esperó durante diez minutos, hasta que llegó.
Tenía el pelo oscuro, los ojos rasgados y negros y toda su piel cubierta de
escamas. Era una sirena preciosa. El ser acarició la cara de Marco con sus
manos de membranas y se besaron. No pararon de hacerlo hasta que pasó media
hora y se agotó el encantamiento.
—Nos
vemos en dos semanas —dijo él —aquí. Espérame por favor.
No
puedo parar de recordar aquella escena y sus palabras. Mi hermano se acaba de
despertar de la siesta y se arregla.
—Me
voy, no me esperéis despiertos.
—Marco,
no te vayas por favor. Quédate conmigo —le suplico.
Él
me enseña la pócima, se acerca a mi oído y me dice:
—Puedes
venir conmigo si quieres. He cogido de sobra.
No me lo pienso dos veces, me visto rápido y me voy con él. Esta noche, los dos seremos sirenas, pero yo sí volveré a casa. Marco pertenecerá, por siempre, al mar.
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