Ya casi nunca oigo tus latidos, creo que se han quedado parados por miedo, se hallan callados por temor a hablar mal y sin sentido.
Ya ni siquiera dueles... ¿te acostumbraste a los pinchazos?
Te siento tan inmensamente cerca y al mismo tiempo tan irremediablemente lejos. Creo que, sin más remedio, te perdiste en el laberinto que forman mis venas.
Odio que ya no intentes adelantar a la razón... ahora mi cuerpo solo actúa guiado por ella... ahora no deseas saltar y llorar de alegría y es que... ¿juegas con los sentimientos?
Pregunto porque ya no existes como antaño y por una vez mis pensamientos reaccionan de forma fría y calculadora.
Es extraño... tampoco pides abrazos, ni caricias, no quieres besos, ya no te importan las despedidas que antes resquebrajaban a pedazos tu humilde compostura.
Me pregunto si un buen día llegaré a encontrarte de nuevo; y cuando lo haga no sé a ciencia cierta en qué condiciones te hallarás... si estarás desmenuzado, si tendré que construirte pieza a pieza como cual puzzle o...
Dime... quizás ya sea demasiado tarde para buscarte pues tus señales han quedado perdidas en el tiempo.
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