Miedo que traspasa cada hueco de silencio, cada despertar en soledad, cada capítulo en blanco de nuestra historia, cada huir de la memoria en aquellas tardes de lluvia sin compañía y cada flecha de miradas de equivocación y sosiego.
Miedo que dibuja unos labios en fina línea, que conforma corazones resquebrajados empapados por la tenue lluvia de Abril, que hace sangrar el alma pero también la mente, que produce escalofríos y deja el cuerpo helado a pesar del insoportable calor.
Miedo que aparece entre cortinas, que nos lleva a recorrer senderos insospechados en propio hogar; miedo a salir y tener manos congeladas producidas por la escarcha... miedo a todo lo que se esconde tras la puerta del final del querer.
Miedo del correr y del ir despacio, miedo por actos que lleven como carga odio y rencor... miedo por la competitividad de las nubes y el viejo sol; entre personas que luchan por un mismo corazón e, irremediablemente, por un mismo objetivo.
Miedo a la muerte, a lo desconocido y al vivir; miedo a lo que venga entre bambalinas y a lo que acontezca el nuevo día tras disfraces acompañados en sentir. Miedo a que nuestros cuerpos sean hoy marionetas manejadas por manos inconscientes incapaces de mostrar empatía, miedo por una independencia que nuestra no es...miedo al futuro que se abre ante nuestros pies dejando a la vista el verdadero abismo.
Miedo a que jueguen con nuestras vidas en paraísos imaginarios, paisajes fantásticos que causan dolor... miedo a que alguna acción no tenga explicación.
Miedo a que ella también escriba letras compuestas en sentir; pues muy a mi pesar, yo deseo nombrarle, aunque todos los días lo haga en silencio y generando duda... Miedo a que la estrella a la que tanto anhelo quede en el misterio para siempre; pues ni tan siquiera ella misma es consciente del temor a que caiga y deje de brillar.
Y es que en tantas ocasiones me pregunto... ¿qué sería de las personas sin miedo?
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