A lo lejos podía observar un barco velero. No distinguía su tamaño desde la orilla, juraría que a pesar de la distancia que nos separaba era demasiado pequeño.
Una pareja en su interior parecía querer volar, representaban la mítica escena de la película "Titanic" y a tientas subían a proa, jugando con el oleaje para no perder el equilibrio. - ¡Qué bonito! - pensé.
Nunca había embarcado pero aquella imagen me recordó a tí y la tristeza me invadió. Me traspasé a la piel de los dos navegantes enamorados y pensé que, tal vez, el aire desde allí me permitiría alzar el vuelo, supuse que, quizás, si yo misma hacía el amago de aletear llegaría a las estrellas y te encontraría. Si tan solo cerraba los ojos a tientas contra la marea otra vez podría divisarte y escuchar tu voz, tenía miedo a que se perdiese en el tiempo.
Las lágrimas al caer se confundieron con el mar y los dos individuos a lo lejos dejaron de existir para mí. Ahora solo estábamos tú y yo, íbamos agarradas del brazo, hablando sin parar, como dos adolescentes que llevaban tiempo sin verse a pesar de la edad que nos diferenciaba. Ahora solo tu voz era la que corría por mis sentidos y me llamaba en susurro para que jamás te olvidase.
-¡No lo haré!- grité. El barco velero ya había desaparecido pero tú seguías ahí, esperando a que en mi imaginación viajase de nuevo y con el aire a mi favor volase hacia una de las estrellas en la que tu alma permanecería simpre libre y a mi vera cada noche.