domingo, 24 de julio de 2016

El pequeño barco velero que me recordó a tí

A lo lejos podía observar un barco velero. No distinguía su tamaño desde la orilla, juraría que a pesar de la distancia que nos separaba era demasiado pequeño. 

Una pareja en su interior parecía querer volar, representaban la mítica escena de la película "Titanic" y a tientas subían a proa, jugando con el oleaje para no perder el equilibrio. - ¡Qué bonito! - pensé. 

Nunca había embarcado pero aquella imagen me recordó a tí y la tristeza me invadió. Me traspasé a la piel de los dos navegantes enamorados y pensé que, tal vez, el aire desde allí me permitiría alzar el vuelo, supuse que, quizás, si yo misma hacía el amago de aletear llegaría a las estrellas y te encontraría. Si tan solo cerraba los ojos a tientas contra la marea otra vez podría divisarte y escuchar tu voz, tenía miedo a que se perdiese en el tiempo.

Las lágrimas al caer se confundieron con el mar y los dos individuos a lo lejos dejaron de existir para mí. Ahora solo estábamos tú y yo, íbamos agarradas del brazo, hablando sin parar, como dos adolescentes que llevaban tiempo sin verse a pesar de la edad que nos diferenciaba. Ahora solo tu voz era la que corría por mis sentidos y me llamaba en susurro para que jamás te olvidase.

-¡No lo haré!- grité. El barco velero ya había desaparecido pero tú seguías ahí, esperando a que en mi imaginación viajase de nuevo y con el aire a mi favor volase hacia una de las estrellas en la que tu alma permanecería simpre libre y a mi vera cada noche.


jueves, 21 de julio de 2016

Palabras prohibidas

- Es la hora.

La miramos de reojo, mi hermana y yo aún no estabamos acostumbradas a tantas miradas. Era cuestión de tiempo hacernos a la idea de que a partir de ahora todas las mañanas a las diez en punto nuestra vida sería así.

La monjita que nos acompañaba vestía los hábitos comunes de su religión. Era bajita, protestona de vez en cuando con algunas mujeres de su condición y muy dulce con todos los niños del hogar. Habíamos llegado allí hacía solo un par de semanas y la directora consideraba que era el momento oportuno para empezar con las visitas. 

Yo podía entender a qué nos enfrentábamos, mi hermana con solo tres años de edad creo que no era muy consciente de lo que estaba ocurriendo en aquellas cuatro paredes que nos rodeaban. No era un sitio pequeño, pero de momento tampoco nos resultaba acogedor, preferíamos nuestra casa. Es más, de no ser por la decisión del juez, me habría encantado empezar a trabajar y cuidar yo misma de la niña que tenía a mi lado. Era mi obligación, pero aún era menor de edad, quince. 

- ¡Oh Gabriel! Te dije que sería preciosa.

Esa voz aguda visualizaba a Gloria, mi hermana no se separaba de mí. 

- Cariño, ¿cómo te llamas? somos papá y mamá. 

Miré a la señora con mala cara, parecía tener unos cuarenta años. No se percató de que yo estaba allí hasta que una pequeña tos de advertencia salió de mis pulmones, esperando llamar la atención de aquellos dos que se habían atrevido a mencionar las palabras prohibidas -¿papá y mamá?, ¿tan pronto? -

La campana sonó en el momento preciso y cuando estuvimos otra vez en la habitación no tuve más remedio que llorar. Solo habían pasado dos semanas y ya habían encontrado una buena familia en la que llevar a Gloria. Supongo que debía alegrarme por ella, supongo que me recordaría siempre, al fin y al cabo a mí aún me quedaba tres años allí encerrada, a nadie le interesa adoptar a una adolescente.



miércoles, 6 de julio de 2016

Su tren

Veo pasar el tren desde mi ventana, lo hace todos los días a la misma hora. No me imagino la vida sin el ruido de los vagones al chocar con las vías, sin esas caras diminutas asomadas por la ventanilla y sin el perro de la vecina ladrar cada vez que alguna piedra salta disparada a su paso. 

Mi vida es el viaje, ese que miles de personas recorren día tras día en ese mismo tren. Jamás he subido a él, al menos no lo recuerdo. Llevo viviendo aquí 70 años, aquí nací, crecí, me casé, ví morir a mi ser más querido, mi madre y engendré a mis hijos. Cinco, todos varones, todos apuestos, todos crecieron y marcharon. Incluso Manuel, el hombre de mi vida, él también marchó demasiado pronto, - fue un infarto - me dijeron. 

Todas las mañanas me siento aquí frente al lienzo, dibujando siempre el mismo paisaje, con las mismas pinturas y los mismos colores. Nunca me he atrevido a cambiar de pincel por si la historia que acontece mis días diera un giro inesperado.

Es inútil, ahora lo es pensar en el destino - ¿qué destino? - me pregunto. El mío siempre estuvo escrito entre olivos y mi tren, cinco vagones, cada uno bautizado con el nombre que le di a mis pequeños para recordarlos, alguna vez les dije que me llevaran consigo - pero, ¿qué haría yo sin mi tren? - .

Adrián, el mayor, ojos verdes como la oliva, soñador como su padre, de piel morena cual gitano y hombre de mil mujeres.
Óscar, mi flor, dulce azahar nacido en primavera, tierno, tímido y mi verdadero príncipe azul.
Juan, robusto de ojos claros, trabajador, demasiado responsable y padre de mi primer nieto -al menos eso dicen las cartas-
Valentín, enamoradizo encaprichado de la vida, embustero, sagaz, mi hijo, la luz de mis ojos.
Pablo, mi benjamín, mi pequeño bebé indefenso.

- Mamá, si quieres me quedo contigo en casa, ya viajaré en otro momento - dijo Pablo mirándome directamente a los ojos.
- Sube al tren, yo estaré bien.
- ¿De verdad que no quieres venir? - me habló Manuel en la distancia de un susurro, ese hombre que empezó a trabajar en el tren solo por verme feliz.

Todos subieron con lágrimas en los ojos al despedirse de su tierra, todas sus pertenencias iban arropadas en maletas que jamás pisarían nuevamente mi casa.
- Adrián, Óscar, Juan, Valentín y Pablo - mis cinco vagones, mis cinco niños, vuestra madre siempre velará por el tren que os vió nacer, el mismo que os alejó de mi lado.


Seres mitológicos

Estoy sentada en el suelo, con las piernas cruzadas. En el sofá está mi hermano, dormido. Todo está en silencio; él ha llegado de trabajar ...