jueves, 21 de julio de 2016

Palabras prohibidas

- Es la hora.

La miramos de reojo, mi hermana y yo aún no estabamos acostumbradas a tantas miradas. Era cuestión de tiempo hacernos a la idea de que a partir de ahora todas las mañanas a las diez en punto nuestra vida sería así.

La monjita que nos acompañaba vestía los hábitos comunes de su religión. Era bajita, protestona de vez en cuando con algunas mujeres de su condición y muy dulce con todos los niños del hogar. Habíamos llegado allí hacía solo un par de semanas y la directora consideraba que era el momento oportuno para empezar con las visitas. 

Yo podía entender a qué nos enfrentábamos, mi hermana con solo tres años de edad creo que no era muy consciente de lo que estaba ocurriendo en aquellas cuatro paredes que nos rodeaban. No era un sitio pequeño, pero de momento tampoco nos resultaba acogedor, preferíamos nuestra casa. Es más, de no ser por la decisión del juez, me habría encantado empezar a trabajar y cuidar yo misma de la niña que tenía a mi lado. Era mi obligación, pero aún era menor de edad, quince. 

- ¡Oh Gabriel! Te dije que sería preciosa.

Esa voz aguda visualizaba a Gloria, mi hermana no se separaba de mí. 

- Cariño, ¿cómo te llamas? somos papá y mamá. 

Miré a la señora con mala cara, parecía tener unos cuarenta años. No se percató de que yo estaba allí hasta que una pequeña tos de advertencia salió de mis pulmones, esperando llamar la atención de aquellos dos que se habían atrevido a mencionar las palabras prohibidas -¿papá y mamá?, ¿tan pronto? -

La campana sonó en el momento preciso y cuando estuvimos otra vez en la habitación no tuve más remedio que llorar. Solo habían pasado dos semanas y ya habían encontrado una buena familia en la que llevar a Gloria. Supongo que debía alegrarme por ella, supongo que me recordaría siempre, al fin y al cabo a mí aún me quedaba tres años allí encerrada, a nadie le interesa adoptar a una adolescente.



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