martes, 5 de mayo de 2020

Seres mitológicos

Estoy sentada en el suelo, con las piernas cruzadas. En el sofá está mi hermano, dormido. Todo está en silencio; él ha llegado de trabajar y se recupera para salir de fiesta a la noche.

No quiero que se vaya otra vez. Ha estado espiando a papá en el laboratorio y ha cogido una de sus pociones; la del pez. Lo último que ha escuchado Marco, es que ese brebaje solo se puede tomar una vez, ya que debe ser mejorado, para no tener efectos secundarios.

—Es increíble, pero todavía quedan años de investigación para utilizarla. Se comprueba a través de conejos robots que si la bebes por segunda vez, el encantamiento no desaparece jamás —dijo papá a su grabadora.

La primera vez que Marco robó una pequeña muestra de esa pócima, fue al puerto y se adentró con el yate de la familia mar adentro. Me escondí en uno de los camarotes para ver qué hacía. Se puso el bañador, se echó al agua y se bebió todo el frasco. En ese instante, sus piernas desaparecieron. Sus extremidades inferiores se convirtieron en una cola grisácea, con escamas.

Empezó a nadar alrededor del barco y esperó durante diez minutos, hasta que llegó. Tenía el pelo oscuro, los ojos rasgados y negros y toda su piel cubierta de escamas. Era una sirena preciosa. El ser acarició la cara de Marco con sus manos de membranas y se besaron. No pararon de hacerlo hasta que pasó media hora y se agotó el encantamiento.

—Nos vemos en dos semanas —dijo él —aquí. Espérame por favor.

No puedo parar de recordar aquella escena y sus palabras. Mi hermano se acaba de despertar de la siesta y se arregla.

—Me voy, no me esperéis despiertos.

—Marco, no te vayas por favor. Quédate conmigo —le suplico.

Él me enseña la pócima, se acerca a mi oído y me dice:

—Puedes venir conmigo si quieres. He cogido de sobra.

No me lo pienso dos veces, me visto rápido y me voy con él. Esta noche, los dos seremos sirenas, pero yo sí volveré a casa. Marco pertenecerá, por siempre, al mar.

martes, 7 de abril de 2020

Día 25. Héroes en cuarentena

Ella se cobija entre libros, en mi cama; todos los días. Se ha declarado dueña de mis sábanas y peluches. No quiere empezar el día, no tiene apetito. Sueña, imagina y escribe en su diario una nueva historia, antes de que llegue mamá y la obligue a hacerlo en el salón y vestida; para levantar el ánimo.

Llamo temprano y la veo. Una pantalla borrosa que me dice que no ha parado de llorar en toda la noche y que, si hablo con ella, volverá a hacerlo. Por eso me limito a contar mi vida a mis padres. Aunque parece absorta, está pendiente de la conversación.

Sabe que, todas las mañanas, después de apagar el ordenador que nos une, abro la puerta y salgo a la calle. Que hay treinta pasos que me separan del autobús y que suelo pisar las mismas baldosas antes de llegar: manías.

Es consciente de que llevo la mochila a la espalda con un bocadillo para pasar el día, que los guantes y la mascarilla se han convertido en una extensión más de mi cuerpo y que, aunque es peligroso, no me tapo la nariz con ella hasta sentarme en la parada. Sabe que necesito respirar esos treinta pasos, que en ocasiones combino con suspiros incontrolados y pequeños ataques de ansiedad.

Lo que no sabe es que me giro antes de cruzar la esquina y los veo en el balcón. A los tres, mi padre fuma el último cigarro del paquete, mi madre me saluda y me lanza un beso al aire y ella está apoyada en la barandilla y sonríe. No es real, pero casi puedo tocarles.

No sabe que cruzo la carretera, casi sin mirar; que apenas circulan coches. Ella piensa que me pongo los auriculares para escuchar música, como siempre. Pero no lo hago; prefiero no tener que desinfectar un objeto más al llegar a casa, después del trabajo.

Ella cree que soy valiente, pero al subir al autobús, me derrumbo porque sé el día que me espera. Entre todas las personas que hacemos viaje, existe ya una complicidad única, a pesar de que no nos conocemos.

No, no soy una heroína. Soy humana y tengo mucho miedo. Sí me considero guerrera. El enemigo es invisible, pero batallaré para volver a verla. A mi familia, a mi hermana, que con su mirada me dice que confía en mí y que si ella, encerrada en casa, no cae; yo tampoco puedo hacerlo. 






Seres mitológicos

Estoy sentada en el suelo, con las piernas cruzadas. En el sofá está mi hermano, dormido. Todo está en silencio; él ha llegado de trabajar ...