sábado, 17 de diciembre de 2016

Cada noche

Contó hasta tres y abrió los ojos, asustado. No, efectivamente ella no estaba allí y se preguntaba si alguna vez lo había estado. Encendió la lámpara despacio y la luz anaranjada se extendió por toda la habitación, no había señal de su presencia, al menos no en ese momento.

Un sueño, las sábanas estaban impregnadas del sudor que su cuerpo desprendía, era extraño que por el contrario cada una de sus extremidades estuviese congelada. Hacía un frío inexplicable y el reloj marcaba las dos en punto. 

Gabriel empezó a impacientarse, la hora, el frío y ella. Se levantó deprisa, se acercó a su ventana, expulsó aire de su boca y el vaho se hizo evidente ante sus ojos, todo en el interior estaba helado, jamás había visto algo igual, excepto cuando ella estaba a su lado.

- Sé que estás aquí, por favor no te escondas, déjame verte - un nudo de aire atravesó su garganta con dificultad, nadie contestó.

La luz se apagó y Grabiel quedó indefenso en el centro de su dormitorio, respiraba despacio pero demasiado fuerte, cualquiera habría adivinado exactamente en qué punto de la estancia se encontraba. 

- ¿Estás nervioso? - escuchó en un susurro tras de sí. - Solo soy yo - 

- Por favor, hoy quiero verte - pronunció miedoso. 

- Ya lo haces Gabriel, todas las noches en sueños -

Adriana nunca quiso hacerse visible ante él, solo lo visitaba cada madrugada a las dos en punto y convertía su habitación en escarcha. Apagaba la luz, se acercaba a él con tiento y le decía al oído esas palabras mágicas que a él le encanta oír.

- Te quiero


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