Tenía los ojos color plata, la piel morena cual gitana, pelo azabache y cuerpo felino. Se llamaba Melissa, tenía el corazón encantado por serpientes, embrujada por antepasados; todos la conocían como vil ladrona de almas.
- Hechicera, quiero alas para poder volar. Ayúdeme, quiero ser halcón -
Le decían algunos necios que buscaban estar por encima de sus allegados.
- Hechicera, concédeme el poder de leer las mentes -
Le suplicaban otros que solo querían jugar a ser Dios.
Deseos que eran concedidos a su manera, salían de su hogar convertidos en algún ser deforme que sería desterrado por su condición o simplemente no llegaban a salir nunca. Ella siempre ganaba.
Un buen día, llegó a su vera un hombre con largas barbas cobrizas, ropa deshilachada y cuerpo ensangrentado. Cuando vio a Melissa le dijo:
- Hermosa hechicera, he recorrido cielo y tierra para poder encontrarle, he surcado los mares y peleado con misteriosas criaturas para que escuche mi deseo. Hechicera, solo quiero su corazón. -
Por primera vez ella quedó petrificada, avanzó despacio hacia el señor que solo había pedido amarla. Descendió por las escaleras que los separaban; puso en pie al hombre que se arrodillaba ante ella y lo abrazó con lágrimas en los ojos.
- Mi corazón es suyo. -
Ante estas palabras, hincó un puñal en su corazón. De él salieron cuervos negros hasta que su cuerpo se desintegró. Aquel hombre había conseguido lo que muchos no habían logrado; destruyó a la hechicera y se llevó consigo su deseo, el corazón de una bruja.