domingo, 17 de diciembre de 2017

Cómplices

Caminaba por la avenida principal, despacio, un cigarro en mano, ojeras negras del rímel y una lágrima que escapaba desapercibida por su nariz.

Tenía dos opciones: volver o sentarse junto al vagabundo que intentaba dormir y refugiarse del frío con una fina manta llena de hojas secas. 

No podía regresar a casa, a esa hora el último autobús había pasado y no le alcanzaba el dinero para coger un taxi.

Se sentó en el suelo, al lado de aquel que empezó a mirarla extrañado. El señor no pronunció palabra, parecía que ambos disfrutaban de esa compañía muda, carente de sentido pero mágica. 

La noche estaba despejada, alumbrada por las luces navideñas que no caracterizaban la escena; se habían convertido sin quererlo en el centro de atención de todas las miradas ebrias que buscaban camas en las que cobijarse y un baño en el que desprender su orgullo.

Los camiones de basura hacían su recorrido sin percatarse que, dos personas ajenas la una de la otra, compartían un sentimiento triste y cómplice. Solo se lanzaban miradas desprevenidas, hacía un par de horas que ella dejó de llorar, el mismo tiempo que él dejó de tiritar, quedaban pocos copos de nieve esparcidos por su alrededor.

Sus manos se unieron, bonita complicidad generada por la soledad. Bonita época del año; o no.


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