viernes, 26 de agosto de 2016

Una fotografía, sin complicaciones

Ayer una pareja se interpuso en mi camino pidiéndome de forma amable una fotografía. No me importó, una sonrisa de vuelta y yo también casi puedo posar y llevarme un buen recuerdo de la ciudad en la que vivo. 

Sí, ellos estaban en su luna de miel, habían contratado un viaje en un crucero inmenso y Málaga era una de sus paradas. Llevaban cinco años juntos, se habían enamorado en la Universidad estudiando bellas artes, pero se conocieron mucho antes en el pueblo, siendo unos críos. El arte los unió y el objetivo del viaje era plasmar los bellos paisajes en cuadros a óleo. Se querían y ambos lo sabían solo con mirarse a los ojos, sus caras lo decían todo y una simple foto no podía reflejar esa felicidad que transmitían. 

-Sí claro, sin problema- les dije -. Hago otra más -

Me pregunto si algo en esa historia inventada era real, quizás fuesen hermanos o simplemente amigos. Lo único cierto es que parecían felices, de vacaciones y disfrutando de la vida. 

En una ocasión yo también me propuse aprender a vivir sin complicaciones, un brazo al aire tras la ventanilla del coche mientras conduzco, un salto en el momento más inesperado o ¿quién sabe? tal vez una siesta en cualquier vagón de tren a un lugar de ensueño.

-Ojalá aprendiera a vivir sin complicaciones-


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martes, 23 de agosto de 2016

La escalera y la rosa

Está arrodillada en la escalera, la misma que guarda los mayores recuerdos de su infancia y adolescencia, escalera fotografiada en millones de ocasiones, escenario de sus actuaciones privadas y compañera de tantos juegos.

En esa ocasión su amiga toma el rol de confidente, se convierte en testigo de sus lágrimas y le pregunta en el silencio más confesor a qué se deben esas gotas que le resbalan en sus mofletes colorados, aún no apagados por los tropiezos del tiempo.

- La echo de menos, ahora que no está pienso en ella mucho más que antes, ¿por qué? - 

Desesperada ya no sabe a quién más acudir que la pueda calmar como solo ella merece. Clama al techo y abraza la baranda marrón llena de arañazos no tan nueva como antaño y lo hace ante la mirada de un par de ojos gatunos que la observan muy de cerca en la oscuridad de la pequeña sala.

Solo ella sabe en qué momento decidió mostrar sus sentimientos a esa escalera. Tal vez fuese porque justo delante de la misma, una imagen sincera lleva sujeta una rosa que no puede parar de mirar. Ella quizás nunca pensó que conocería valor material tan significativo como una rosa seca para recordar a alguien tan importante.






 

martes, 16 de agosto de 2016

Levántate después de cada caída

No es guapa, no es alta y tampoco inteligente. En ocasiones parece ser atractiva, un poco de maquillaje arregla las ojeras que le producen el insomnio, las marcas del pasado y algún grano que se resiste a desaparecer. Su pelo no es brillante, sus uñas no son largas y precisamente su cuerpo no es el de una modelo.

Presume ser responsable pero ella no conoce el significado de esa palabra, de la misma forma inventa lo que considera madurez pero se resiste a creer que ya ha crecido. Los años han pasado y se ha descubierto a sí misma como una persona imperfecta. Las apariencias no le importan tanto como antaño y piensa en reforzar su belleza interior, esa que no sabe siquiera si existe. 

Llora demasiado, a veces por cuestiones sin sentido pero después se siente libre. Sus ojos hinchados son solo una muestra de que siente, imagina y sueña a flor de piel. Juega con ventaja en el amor, sin embargo a pesar de la experiencia no sabe si ha aprendido a amar, ese sentimiento tan complejo y necesario para sobrevivir. 

Ha sufrido la pérdida de algún ser querido y comprende el significado de vivir la vida, sabe que disfrutar también se puede hacer en soledad, con la música de fondo y los pensamientos en el aire. Le gusta oler las flores, es una pequeña forma de sentir que estás vivo. Conoce el pasado y se niega a pensar que la vida juzgue lo que se hizo en él. Su confianza en el presente le muestra que el ayer no se borra pero sí se pueden curar las heridas que causó.

Se ha estudiado de memoria la primera lección de la vida: "levántate después de cualquier caída", al fin y al cabo es bonito saber que si las puertas se cierran son para abrir otras mejores.















miércoles, 3 de agosto de 2016

Veinte años después de partir



El sol se alzaba entre las olas del mar, era absurdo pensar que madrugar podía ser malo con esas vistas, desde allí se apreciaba con claridad la belleza de un nuevo día. Estaba exhausta, el viaje era agotador y aún quedaban varias horas de camino. El tiempo se hacía interminable en ese barco.

Al otro lado del mar me esperaba la vida, caras conocidas, recuerdos en el aire, acontecimientos pasados y personas a las que yo antes consideraba familia, esa familia que se elige, ya sabes, los amigos.
Tenía miedo al reencuentro con la presencia de mi yo anterior, no era la misma persona que se marchó veinte años atrás, en busca de sueños y de esperanzas que en mi tierra jamás encontraría. 

Cuando marché la primera persona que conocí fue un hombre cuarentón que me dejó embarazada, solo una noche y no supe nada más de él. No quise regresar y empecé a ganarme la vida como pude, de bar en bar, de casa en casa y de esquina en esquina con una barriga que cada vez era más abultada. 

No recordaba como mi bebé llegó al mundo, pero sí como me anesteciaron, la única imagen de mi pequeño fue en forma de globo dando patadas dentro de mí, jamás supe lo que pasó después de haberme puesto de parto, se apoderó de mí tal dolor que no me atreví a volver.

Me encontraba en el barco regreso a casa por una sola razón, veinte años después, mi hermana pequeña iba a dar a luz y yo sentía en mi corazón que la vida me había devuelto la oportunidad que me arrebató años atrás. Iba a ser madre y nadie me lo iba a impedir. 



Seres mitológicos

Estoy sentada en el suelo, con las piernas cruzadas. En el sofá está mi hermano, dormido. Todo está en silencio; él ha llegado de trabajar ...