miércoles, 3 de agosto de 2016

Veinte años después de partir



El sol se alzaba entre las olas del mar, era absurdo pensar que madrugar podía ser malo con esas vistas, desde allí se apreciaba con claridad la belleza de un nuevo día. Estaba exhausta, el viaje era agotador y aún quedaban varias horas de camino. El tiempo se hacía interminable en ese barco.

Al otro lado del mar me esperaba la vida, caras conocidas, recuerdos en el aire, acontecimientos pasados y personas a las que yo antes consideraba familia, esa familia que se elige, ya sabes, los amigos.
Tenía miedo al reencuentro con la presencia de mi yo anterior, no era la misma persona que se marchó veinte años atrás, en busca de sueños y de esperanzas que en mi tierra jamás encontraría. 

Cuando marché la primera persona que conocí fue un hombre cuarentón que me dejó embarazada, solo una noche y no supe nada más de él. No quise regresar y empecé a ganarme la vida como pude, de bar en bar, de casa en casa y de esquina en esquina con una barriga que cada vez era más abultada. 

No recordaba como mi bebé llegó al mundo, pero sí como me anesteciaron, la única imagen de mi pequeño fue en forma de globo dando patadas dentro de mí, jamás supe lo que pasó después de haberme puesto de parto, se apoderó de mí tal dolor que no me atreví a volver.

Me encontraba en el barco regreso a casa por una sola razón, veinte años después, mi hermana pequeña iba a dar a luz y yo sentía en mi corazón que la vida me había devuelto la oportunidad que me arrebató años atrás. Iba a ser madre y nadie me lo iba a impedir. 



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