sábado, 17 de diciembre de 2016

Cada noche

Contó hasta tres y abrió los ojos, asustado. No, efectivamente ella no estaba allí y se preguntaba si alguna vez lo había estado. Encendió la lámpara despacio y la luz anaranjada se extendió por toda la habitación, no había señal de su presencia, al menos no en ese momento.

Un sueño, las sábanas estaban impregnadas del sudor que su cuerpo desprendía, era extraño que por el contrario cada una de sus extremidades estuviese congelada. Hacía un frío inexplicable y el reloj marcaba las dos en punto. 

Gabriel empezó a impacientarse, la hora, el frío y ella. Se levantó deprisa, se acercó a su ventana, expulsó aire de su boca y el vaho se hizo evidente ante sus ojos, todo en el interior estaba helado, jamás había visto algo igual, excepto cuando ella estaba a su lado.

- Sé que estás aquí, por favor no te escondas, déjame verte - un nudo de aire atravesó su garganta con dificultad, nadie contestó.

La luz se apagó y Grabiel quedó indefenso en el centro de su dormitorio, respiraba despacio pero demasiado fuerte, cualquiera habría adivinado exactamente en qué punto de la estancia se encontraba. 

- ¿Estás nervioso? - escuchó en un susurro tras de sí. - Solo soy yo - 

- Por favor, hoy quiero verte - pronunció miedoso. 

- Ya lo haces Gabriel, todas las noches en sueños -

Adriana nunca quiso hacerse visible ante él, solo lo visitaba cada madrugada a las dos en punto y convertía su habitación en escarcha. Apagaba la luz, se acercaba a él con tiento y le decía al oído esas palabras mágicas que a él le encanta oír.

- Te quiero


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domingo, 27 de noviembre de 2016

Su llegada

La recibimos entusiasmados el mismo día que volvió a casa. Todos menos Juan, él ni siquiera alzó la vista en su presencia. Estaba concentrado mirando su taza de chocolate, parecía que muy en su interior ese recipiente de cerámica le invitaba a despegar sus alas imaginarias y volar. No comprendí con exactitud su comportamiento, sin embargo, la recién llegada no se percató, se limitó a sentarse a su lado y a acompañarlo en la acción. 

Llevaba un abrigo demasiado elegante, las pestañas muy elevadas y los labios rojos; había cambiado mucho.

- ¡Es ella!, ¡es ella! - por un instante creí escuchar las palabras que Juan repetía cada vez que mamá llegaba a casa al mismo tiempo que el pan del desayuno, todas las mañanas muy temprano. Resignada comprobé que todo era diferente, él seguía inmóvil. 

En cualquier momento me habría encantado levantarme enfadada y darle unas bofetadas debido a su mala conducta. No lo hice, él no entendería por qué lo hacía y la mujer que tenía a su lado no me lo habría permitido. Había cambiado pero seguía siendo el alma protectra del más pequeño de la casa.

Estábamos todos serios y callados, solo observábamos la escena. De su bolso sacó las gafas de la ilusión que ella siempre llevaba cuando le leía su cuento favorito, sin embargo mi hermano no reaccionó. Él siguió en su mundo ficiticio, dibujando en el chocolate flores de colores, paraísos encantados y a su princesa. 

Había pasado tanto tiempo que esa frase que pronunciaba cada vez que la veía - ¡Es ella!, ¡es ella! - había sido olvidada para siempre. 


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martes, 1 de noviembre de 2016

La noche de la hipnosis



Emitió un gemido desgarrador, ya sabíamos que el dolor era agudo, su cuerpo sudaba, sus manos temblaban y su olor desprendía putrefacción. Le había llegado la hora. 

El reloj marcaba las ocho en punto, el fuego caldeaba el ambiente y la mesa estaba llena de comida. En el centro del banquete había una pequeña conmemoración a alguien que algún día fue.

El miedo era el protagonista de la escena, nadie sabía cómo ocurrió pero todos sospechábamos de todos, nos agarrábamos las manos en señal de consuelo e intentábamos llorar sin conseguirlo. Ni una lágrima evitaba la aprensión. 

En la habitación contigua la luz empezaba a menguar, señal de que anochecía, Víctor aún no había muerto y sin embargo la celebración por ello ya estaba en marcha. Era un chico que no causaba simpatía a nadie, sin embargo nunca nos habríamos atrevido a hacerle daño, era una cuestión que no encajaba con nuestros principios, ni siquiera en aquella noche en la que todo ocurrió.

Esa noche su actitud no era la misma, sus ojos transmitían inseguridad y su forma de andar era anómala. Hacía tiempo que dejó la hipnosis, ya no frecuentaba el local del viejo Naím, le habíamos prohibido salir de nuestro hogar sin acompañante, pero entre las sombras parecía haber vuelto a sus malas costumbres.

Desde la ventana lo vimos pasar, tenía la mirada perdida y balbuceaba cosas sin sentido. Definitivamente alguien lo había transportado al mundo de los sueños, anhelado por él desde que su madre murió siendo un niño. Estaba viajando a través del tiempo, ¿quién le habría abierto el cerrojo para salir de nuestra comunidad?

En la sala nos mirábamos de reojo, alguno de nosotros nos había fallado y sabía que el día que Víctor volviera a salir para pecar, sería su fin. Proseguimos como debíamos, juntamos nuestras manos para rezar ante un Víctor que lo destrozaba todo a su paso. Tenía una fuerza descomunal y su propio cuerpo creaba convulsiones que no habíamos observado antes. Nos asustamos y seguimos rezando. Víctor jamás volvería. 

Eran las ocho en punto, tal y como obligaba la tradición nos pusimos en círculo contemplando la cama que cobijaba el miedo en persona. Víctor atado y perturbado observaba con detenimiento nuestras manos unidas, rezándole a un Dios que no existía, al menos ya no para él.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Fuente de vida eterna

No es usual verlas caminar por nuestro humilde pueblo, todas calzan los mismos zapatos, todas visten igual color y las miradas, aunque distintas, son desafiantes.

Es cinco de Enero y han llegado para la elección. Las niñas, como cada año, se colocan en fila de uno dándose la espalda, la más mayor no puede tener más de 17 años y la más pequeña no debe ser menor de diez. De sus cuellos cuelgan unas tarjetas con un nombre y una habilidad, la habilidad más común es descartada, las visitantes ya son demasiadas y cada año es más difícil tomar una decisión.

El pueblo cada vez tiene menos habitantes y entre todas las que ahora forman la fila no suman 30. Yo estoy detrás de la valla contemplando la escena, hace tan solo un par de años aún me encontraba entre ellas y deseaba ser elegida, no sabía dónde se llevaban a la afortunada pero quería salir de la rutina. Los chicos también observan con detenimiento, - ¿quién será esta vez? - nos preguntamos todos.

Nunca vuelven nuestras vecinas y amigas, siempre son las mismas las que nos visitan y parecen no envejecer, me pregunto cuál será su fuente de la vida eterna. 

La más mayor deja de avanzar y se gira en mi dirección saludándome inclinando su cabeza, miro hacia atrás pero no hay nadie, no hay mujer mayor que yo que acuda a este acto, ni siquiera las madres de las criaturas que se encuentran en la palestra a la espera están allí, me señalo con un dedo de forma dubitativa y me anima a unirme al grupo. - No, no - digo articulando los brazos, - ya tengo 19 - . 

Lleva unos zapatos en las manos y con una sonrisa me los ofrece. No sé qué hacer, quedo petrificada ante aquel acto pero la suerte ya está echada y mía será la decisión, -¿qué niña será la próxima en partir?- ahora solo yo tengo el poder de elegir, tengo en mis manos unos zapatos que ni siquiera sé lo que significan.

- Quiero ser yo la elegida - digo decidida. La más mayor sonríe ante mi respuesta -Eso es exactamente lo que quería oír-. 


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viernes, 14 de octubre de 2016

La nueva sociedad



Nada es como hace un par de horas. En este momento nuestras pupilas divagan en el tiempo buscando aquellas preguntas y no hallamos contestación. Ya todo es inevitable, absolutamente todo ha cambiado y a lo lejos se encuentra la nostalgia secuestrada en los abismos de este mundo, todos podemos palparlo.

Un simple clic de ratón ha perturbado a toda la sociedad, ¿qué diablos? Ya ni siquiera vivimos en sociedad. Yo desde luego no la llamaría así.  

Justo ahora me he cruzado por la acera a mi mejor amiga, nos conocemos desde niñas y no me ha mirado. Creo que yo tampoco la he saludado.

Llevo agarrada la mano de mi hijo, soy consciente de que devora un caramelo con palo, no recuerdo la marca. Le he vestido con un polo azul marino y un pantalón corto beige, los cordones los lleva atados con un doble nudo espectacular que su padre esta mañana le ha hecho con mimo y delicadeza. Tiene los ojos marrones, como los de él, ¿o eran verdes? 

Hay muchas pancartas por la ciudad, nunca antes habían estado ahí, petrificadas y con un mismo cartel, parece anunciar que algo aterrador se acerca. Unas frases espeluznantes separadas por comillas: “No mires atrás”, “Vigila tus pasos”  “No estás solo”. 

Los vellos se me erizan, pero mis movimientos son robóticos, no cambio la dirección, sombras pasan a mi alrededor y no consigo caracterizar a nadie, ni un rostro conocido. 

Óscar reclama mi atención, está llorando pero no sé por qué. No quiero abrazarlo, tiene que crecer. La política del nuevo gobierno insiste en que no se debe mostrar afecto a los más pequeños. Tenemos que crear personas que carezcan de sentimientos. Aún no sé cuál es el objetivo de esto.

El móvil está en mi mano izquierda, escribo con rapidez un mensaje y una nueva actualización está haciendo fallar el sistema operativo, me desespero. Grito de rabia, pero a nadie parece molestarle. El aparato electrónico se apaga y lloro de furia, en su pantalla negra aparecen tres frases en blanco y separadas por comillas: “No mires atrás”, “Vigila tus pasos”, “No estás solo”. 


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domingo, 18 de septiembre de 2016

Esa melena rubia

La caja se abrió y los sueños de Laura quedaron derramados por la habitación, a la vista de todos los juguetes que se encontraban en la estancia. Despegó sus párpados despacio y bostezando comprobó que su corcel de peluche había desaparecido de sus brazos.

Giró su diminuto cuerpo hacia la derecha deshaciéndose de las sábanas. Entre algodones un caballo trotaba, relinchaba contento, coceaba al aire descargando toda su adrenalina y se dirigía nervioso a su cama. La niña acarició su rostro cansado y observó con detenimiento sus profundos ojos grisáceos, preciosos. Si el animal pudiera hablar sabía que le diría que la amaba, desde siempre.

Una mancha negra en forma de corazón decoraba su frente, acercó su dedo y presionando aquel lunar tan peculiar viajaron hacia un lugar encantado. Azúcar, que así se llamaba, corrió como nunca lo había hecho antes, recorriendo paisajes hermosos y caminos pedregosos imposibles hasta conseguirlo. 

Laura se echó exhausta en lomos de su caballo, se acurrucó entre sus crines intentando dormir un rato. Entre las dos orejas puntiagudas se derramaba como cáscada una parte de esa melena rubia, similar a la suya, casi de color blanco. Eran iguales, su alma gemela tenía vida gracias a ella, sonreía.

 - Es hora de volver a casa -

La caja de sus sueños estaba cerrada, su peluche dormía a su lado y la mancha de corazón que dibujaba su frente siempre la llevaría hacia un lugar inigualable, dispuesta a vivir su magia.

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jueves, 8 de septiembre de 2016

Ellas

Las hojas vuelven a caer, mira la pantalla de su móvil con distracción, ni siquiera sabe lo que sus dedos teclean, esa vez no porque sus mensajes no son para la persona correcta.

- ¡Qué tonta he sido! - murmura en un susurro que empaña la ventana, hace frío. 

En el exterior no hay nadie, solo un columpio balanceado por el aire y una bufanda olvidada en el banco. Las personas están en casa viendo la televisión, perdiéndose la vida y ella los imita. 
Su madre le ha prohibido visitar a Carla y con ello ha querido negarle el sentimiento más fuerte de la vida, el amor.

No sabe si lo que siente es decepción, rabia o tristeza, todas parecen estar unidas y todas señalan un camino equivocado, desea ir en la otra dirección, sublevarse y buscar la felicidad. Confía plenamente en sus armas, aunque ha fallado.

Alza la vista para contemplar su habitación, no está empapelada con póster de famosos con torsos desnudos, solo carteles de grupos de música con los que se identifica. Teme ser diferente, no puede escapar de algo evidente pero tampoco librarse de la sociedad y su madre forma parte de ella y además una parte demasiado fuerte y cercana. Los prejuicios abundan en el alma y flotan al exterior antes de lo esperado. 

- ¡No la conoces! - alzó la voz.

Sus manos desean acariciarla, sus ojos observarla y su boca hablarle. Su madre está detrás de la puerta oyendo una nada impasible que se esparce por toda la casa desde que confió su mayor secreto.

Reza para que la persona a la que más quiere acepte su condición, lo hace con lágrimas en los ojos y a través de un simple mensaje de WhatsApp. 
 
 
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viernes, 26 de agosto de 2016

Una fotografía, sin complicaciones

Ayer una pareja se interpuso en mi camino pidiéndome de forma amable una fotografía. No me importó, una sonrisa de vuelta y yo también casi puedo posar y llevarme un buen recuerdo de la ciudad en la que vivo. 

Sí, ellos estaban en su luna de miel, habían contratado un viaje en un crucero inmenso y Málaga era una de sus paradas. Llevaban cinco años juntos, se habían enamorado en la Universidad estudiando bellas artes, pero se conocieron mucho antes en el pueblo, siendo unos críos. El arte los unió y el objetivo del viaje era plasmar los bellos paisajes en cuadros a óleo. Se querían y ambos lo sabían solo con mirarse a los ojos, sus caras lo decían todo y una simple foto no podía reflejar esa felicidad que transmitían. 

-Sí claro, sin problema- les dije -. Hago otra más -

Me pregunto si algo en esa historia inventada era real, quizás fuesen hermanos o simplemente amigos. Lo único cierto es que parecían felices, de vacaciones y disfrutando de la vida. 

En una ocasión yo también me propuse aprender a vivir sin complicaciones, un brazo al aire tras la ventanilla del coche mientras conduzco, un salto en el momento más inesperado o ¿quién sabe? tal vez una siesta en cualquier vagón de tren a un lugar de ensueño.

-Ojalá aprendiera a vivir sin complicaciones-


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martes, 23 de agosto de 2016

La escalera y la rosa

Está arrodillada en la escalera, la misma que guarda los mayores recuerdos de su infancia y adolescencia, escalera fotografiada en millones de ocasiones, escenario de sus actuaciones privadas y compañera de tantos juegos.

En esa ocasión su amiga toma el rol de confidente, se convierte en testigo de sus lágrimas y le pregunta en el silencio más confesor a qué se deben esas gotas que le resbalan en sus mofletes colorados, aún no apagados por los tropiezos del tiempo.

- La echo de menos, ahora que no está pienso en ella mucho más que antes, ¿por qué? - 

Desesperada ya no sabe a quién más acudir que la pueda calmar como solo ella merece. Clama al techo y abraza la baranda marrón llena de arañazos no tan nueva como antaño y lo hace ante la mirada de un par de ojos gatunos que la observan muy de cerca en la oscuridad de la pequeña sala.

Solo ella sabe en qué momento decidió mostrar sus sentimientos a esa escalera. Tal vez fuese porque justo delante de la misma, una imagen sincera lleva sujeta una rosa que no puede parar de mirar. Ella quizás nunca pensó que conocería valor material tan significativo como una rosa seca para recordar a alguien tan importante.






 

martes, 16 de agosto de 2016

Levántate después de cada caída

No es guapa, no es alta y tampoco inteligente. En ocasiones parece ser atractiva, un poco de maquillaje arregla las ojeras que le producen el insomnio, las marcas del pasado y algún grano que se resiste a desaparecer. Su pelo no es brillante, sus uñas no son largas y precisamente su cuerpo no es el de una modelo.

Presume ser responsable pero ella no conoce el significado de esa palabra, de la misma forma inventa lo que considera madurez pero se resiste a creer que ya ha crecido. Los años han pasado y se ha descubierto a sí misma como una persona imperfecta. Las apariencias no le importan tanto como antaño y piensa en reforzar su belleza interior, esa que no sabe siquiera si existe. 

Llora demasiado, a veces por cuestiones sin sentido pero después se siente libre. Sus ojos hinchados son solo una muestra de que siente, imagina y sueña a flor de piel. Juega con ventaja en el amor, sin embargo a pesar de la experiencia no sabe si ha aprendido a amar, ese sentimiento tan complejo y necesario para sobrevivir. 

Ha sufrido la pérdida de algún ser querido y comprende el significado de vivir la vida, sabe que disfrutar también se puede hacer en soledad, con la música de fondo y los pensamientos en el aire. Le gusta oler las flores, es una pequeña forma de sentir que estás vivo. Conoce el pasado y se niega a pensar que la vida juzgue lo que se hizo en él. Su confianza en el presente le muestra que el ayer no se borra pero sí se pueden curar las heridas que causó.

Se ha estudiado de memoria la primera lección de la vida: "levántate después de cualquier caída", al fin y al cabo es bonito saber que si las puertas se cierran son para abrir otras mejores.















miércoles, 3 de agosto de 2016

Veinte años después de partir



El sol se alzaba entre las olas del mar, era absurdo pensar que madrugar podía ser malo con esas vistas, desde allí se apreciaba con claridad la belleza de un nuevo día. Estaba exhausta, el viaje era agotador y aún quedaban varias horas de camino. El tiempo se hacía interminable en ese barco.

Al otro lado del mar me esperaba la vida, caras conocidas, recuerdos en el aire, acontecimientos pasados y personas a las que yo antes consideraba familia, esa familia que se elige, ya sabes, los amigos.
Tenía miedo al reencuentro con la presencia de mi yo anterior, no era la misma persona que se marchó veinte años atrás, en busca de sueños y de esperanzas que en mi tierra jamás encontraría. 

Cuando marché la primera persona que conocí fue un hombre cuarentón que me dejó embarazada, solo una noche y no supe nada más de él. No quise regresar y empecé a ganarme la vida como pude, de bar en bar, de casa en casa y de esquina en esquina con una barriga que cada vez era más abultada. 

No recordaba como mi bebé llegó al mundo, pero sí como me anesteciaron, la única imagen de mi pequeño fue en forma de globo dando patadas dentro de mí, jamás supe lo que pasó después de haberme puesto de parto, se apoderó de mí tal dolor que no me atreví a volver.

Me encontraba en el barco regreso a casa por una sola razón, veinte años después, mi hermana pequeña iba a dar a luz y yo sentía en mi corazón que la vida me había devuelto la oportunidad que me arrebató años atrás. Iba a ser madre y nadie me lo iba a impedir. 



domingo, 24 de julio de 2016

El pequeño barco velero que me recordó a tí

A lo lejos podía observar un barco velero. No distinguía su tamaño desde la orilla, juraría que a pesar de la distancia que nos separaba era demasiado pequeño. 

Una pareja en su interior parecía querer volar, representaban la mítica escena de la película "Titanic" y a tientas subían a proa, jugando con el oleaje para no perder el equilibrio. - ¡Qué bonito! - pensé. 

Nunca había embarcado pero aquella imagen me recordó a tí y la tristeza me invadió. Me traspasé a la piel de los dos navegantes enamorados y pensé que, tal vez, el aire desde allí me permitiría alzar el vuelo, supuse que, quizás, si yo misma hacía el amago de aletear llegaría a las estrellas y te encontraría. Si tan solo cerraba los ojos a tientas contra la marea otra vez podría divisarte y escuchar tu voz, tenía miedo a que se perdiese en el tiempo.

Las lágrimas al caer se confundieron con el mar y los dos individuos a lo lejos dejaron de existir para mí. Ahora solo estábamos tú y yo, íbamos agarradas del brazo, hablando sin parar, como dos adolescentes que llevaban tiempo sin verse a pesar de la edad que nos diferenciaba. Ahora solo tu voz era la que corría por mis sentidos y me llamaba en susurro para que jamás te olvidase.

-¡No lo haré!- grité. El barco velero ya había desaparecido pero tú seguías ahí, esperando a que en mi imaginación viajase de nuevo y con el aire a mi favor volase hacia una de las estrellas en la que tu alma permanecería simpre libre y a mi vera cada noche.


jueves, 21 de julio de 2016

Palabras prohibidas

- Es la hora.

La miramos de reojo, mi hermana y yo aún no estabamos acostumbradas a tantas miradas. Era cuestión de tiempo hacernos a la idea de que a partir de ahora todas las mañanas a las diez en punto nuestra vida sería así.

La monjita que nos acompañaba vestía los hábitos comunes de su religión. Era bajita, protestona de vez en cuando con algunas mujeres de su condición y muy dulce con todos los niños del hogar. Habíamos llegado allí hacía solo un par de semanas y la directora consideraba que era el momento oportuno para empezar con las visitas. 

Yo podía entender a qué nos enfrentábamos, mi hermana con solo tres años de edad creo que no era muy consciente de lo que estaba ocurriendo en aquellas cuatro paredes que nos rodeaban. No era un sitio pequeño, pero de momento tampoco nos resultaba acogedor, preferíamos nuestra casa. Es más, de no ser por la decisión del juez, me habría encantado empezar a trabajar y cuidar yo misma de la niña que tenía a mi lado. Era mi obligación, pero aún era menor de edad, quince. 

- ¡Oh Gabriel! Te dije que sería preciosa.

Esa voz aguda visualizaba a Gloria, mi hermana no se separaba de mí. 

- Cariño, ¿cómo te llamas? somos papá y mamá. 

Miré a la señora con mala cara, parecía tener unos cuarenta años. No se percató de que yo estaba allí hasta que una pequeña tos de advertencia salió de mis pulmones, esperando llamar la atención de aquellos dos que se habían atrevido a mencionar las palabras prohibidas -¿papá y mamá?, ¿tan pronto? -

La campana sonó en el momento preciso y cuando estuvimos otra vez en la habitación no tuve más remedio que llorar. Solo habían pasado dos semanas y ya habían encontrado una buena familia en la que llevar a Gloria. Supongo que debía alegrarme por ella, supongo que me recordaría siempre, al fin y al cabo a mí aún me quedaba tres años allí encerrada, a nadie le interesa adoptar a una adolescente.



miércoles, 6 de julio de 2016

Su tren

Veo pasar el tren desde mi ventana, lo hace todos los días a la misma hora. No me imagino la vida sin el ruido de los vagones al chocar con las vías, sin esas caras diminutas asomadas por la ventanilla y sin el perro de la vecina ladrar cada vez que alguna piedra salta disparada a su paso. 

Mi vida es el viaje, ese que miles de personas recorren día tras día en ese mismo tren. Jamás he subido a él, al menos no lo recuerdo. Llevo viviendo aquí 70 años, aquí nací, crecí, me casé, ví morir a mi ser más querido, mi madre y engendré a mis hijos. Cinco, todos varones, todos apuestos, todos crecieron y marcharon. Incluso Manuel, el hombre de mi vida, él también marchó demasiado pronto, - fue un infarto - me dijeron. 

Todas las mañanas me siento aquí frente al lienzo, dibujando siempre el mismo paisaje, con las mismas pinturas y los mismos colores. Nunca me he atrevido a cambiar de pincel por si la historia que acontece mis días diera un giro inesperado.

Es inútil, ahora lo es pensar en el destino - ¿qué destino? - me pregunto. El mío siempre estuvo escrito entre olivos y mi tren, cinco vagones, cada uno bautizado con el nombre que le di a mis pequeños para recordarlos, alguna vez les dije que me llevaran consigo - pero, ¿qué haría yo sin mi tren? - .

Adrián, el mayor, ojos verdes como la oliva, soñador como su padre, de piel morena cual gitano y hombre de mil mujeres.
Óscar, mi flor, dulce azahar nacido en primavera, tierno, tímido y mi verdadero príncipe azul.
Juan, robusto de ojos claros, trabajador, demasiado responsable y padre de mi primer nieto -al menos eso dicen las cartas-
Valentín, enamoradizo encaprichado de la vida, embustero, sagaz, mi hijo, la luz de mis ojos.
Pablo, mi benjamín, mi pequeño bebé indefenso.

- Mamá, si quieres me quedo contigo en casa, ya viajaré en otro momento - dijo Pablo mirándome directamente a los ojos.
- Sube al tren, yo estaré bien.
- ¿De verdad que no quieres venir? - me habló Manuel en la distancia de un susurro, ese hombre que empezó a trabajar en el tren solo por verme feliz.

Todos subieron con lágrimas en los ojos al despedirse de su tierra, todas sus pertenencias iban arropadas en maletas que jamás pisarían nuevamente mi casa.
- Adrián, Óscar, Juan, Valentín y Pablo - mis cinco vagones, mis cinco niños, vuestra madre siempre velará por el tren que os vió nacer, el mismo que os alejó de mi lado.


miércoles, 29 de junio de 2016

No abrió

 - Toc toc - escuchó. 


Era él, por fin había llegado. Esperó unos minutos y se asomó a la mirilla no sin antes haberse recompuesto el cabello. No era quién esperaba y su piel se erizó. No abrió.

- Toc toc - volvió a oír.

Seguía allí, quieto, erguido y esperando. Tenía sus ojos posados fijamente en la puerta, un mínimo movimiento de ella y se daría cuenta de que lo observaba desde dentro. No abrió.
 
Frotaba sus manos con nerviosismo, jugaba con sus uñas, mordiéndolas para que el minutero del reloj corriera más rápido, para que el fisgón que la vigilaba en su puerta se marchase.

- Toc toc - ya no se levantó, esperó tranquila, aguantando la respiración y comprobando que el pomo empezaba a girar. Cerró los ojos con fuerza y no abrió, no lo dejaría entrar.

- Toc toc - Manuel llamó como de costumbre al mismo tiempo que abrió la puerta, encontrándose a su hermana sentada tiritando.

- ¿Otra vez? 
- Estaba ahí Manuel ¿no lo has visto? se ha tenido que cruzar contigo en el pasillo - dijo temblorosa.
- No hay nadie Sara, papá no va a volver.

Manuel se sentó a su lado, cerró la puerta tras de sí y el médico quedó en la habitación contigua, observando tras las cámaras el comportamiento de Sara. Ella miraba a la puerta en una dirección concreta, sin embargo no había nadie en esa zona del psiquiátrico.

 
 




 

domingo, 29 de mayo de 2016

Probando

Estoy probando el sonido del micrófono, justo ahora. No hay nadie a mi alrededor, solo un par de cacatuas que ofrecen la música y el compás a lo que canto. Es acogedor, me refiero al lugar, pequeño y rodeado de naturaleza. 

Tan solo a un paso de mí, el escenario toca su fin, me hallo distanciada a un par de metros del suelo, pero no tengo miedo a caer, sé que si lo hago será de pie como los gatos. 

También pruebo mis zapatos nuevos, taconeo en la tarima haciendo la tonta, no sé bailar pero ¿qué más da?, me divierte hacerlo sin noción de pasos. A lo loco, así es como me gusta, al fin y al cabo es bueno vivir día a día con un poco de locura. 

Llevo una falda demasiado corta, sin embargo el aire no me impide que tenga las manos despegadas de ella. Como ya he dicho, no hay nadie a mi lado, estoy sola respirando la verdad de los gorriones y oyendo caer el agua de un río a lo lejos, no lo puedo ver, pero está ahí.

Estoy probando el sonido del micrófono y parece que mi voz suena genial, irónico, nunca se me ha dado bien entonar alguna nota. Pero canto porque quiero, ¿quién me lo impide?

Río sin razón, vuelvo a taconear y lo hago jugando con las hojas que el viento arrastra a mi vera, ronroneo como los felinos más caseros y diviso que a lo lejos a pesar de todo, no estoy sola, en ningún momento lo he estado, el río está ahí sonando y acompañándome en el camino.


lunes, 23 de mayo de 2016

Solo hay una oportunidad

Mira la salida, sus ojos están posados en un punto fijo. La puerta está abierta de par en par, cree haber sido ella quién ha conseguido abrirla, no sabe por qué nadie la ha cerrado aún. No se atreve a levantarse e ir en su dirección, teme a que se cierre justo en el momento en el que desea escapar.

Dubitativa hace el intento de arrodillarse, piensa en acercarse gateando, como cual bebé. Está quieta, dispuesta a avanzar pero algo se lo impide. Ella mira a su alrededor sin dejar de observar de reojo la puerta, está buscando algo, una especie de aprobación y no la encuentra.

Impaciente, se muerde con fuerza el labio inferior, tanto que hasta resbala por su barbilla una pequeña gota de sangre, pero nadie la ve. No quiere gritar, el aire que produzca su voz puede ser el que empuje su única vía de escape hacia la realidad. 

Se frota las manos nerviosa, no contestan a sus pensamientos y éstos siguen vagando sin saber qué hacer. Solo desea salir corriendo, pero quiere que al mirar atrás todos la saluden sonrientes, no le gustan los reproches. Desea tener algún cobijo por si quiere volver, por si se equivoca, por si falla en el intento. Solo necesita un sí o un no rápido, la salida no quedará a su disposición para siempre, es más, parece que empieza a esconderse.

Llora de rabia, se muerde las uñas, - esta es mi oportunidad - piensa. 

Las oportunidades solo se presentan una vez en la vida y ese era su momento, lo era. No dudó un instante, sin embargo cuando se dispuso a pasar el umbral, la puerta ya se había cerrado.

- ¿Querías algo? - escuchó a su espalda. - Nada, la puerta se ha vuelto a cerrar - no se volvió, ella siguió imaginando y suplicando que la salida se volviese a abrir y esta vez para siempre.




 

Seres mitológicos

Estoy sentada en el suelo, con las piernas cruzadas. En el sofá está mi hermano, dormido. Todo está en silencio; él ha llegado de trabajar ...