Las luces me enfocaban solo a mí, el corazón parecía no palpitar debido a la prisa que llevaba; los latidos se confundían con sus aplausos.
Mis ojos miraban de forma fija en una dirección concreta y casi lloraba. La emoción traspasaba mis venas, estoy seguro que las del cuello querían explotar debido a los nervios.
Todo había pasado, es más, podía distinguir con exactitud la felicidad en sus rostros. Ellos casi berreaban de la satisfacción.
Me incliné haciendo reverencia a mi público y salí de allí sin nombrar palabra.
Observé el espejo del baño, suspiré aún con el entusiasmo dentro de mí y dos lágrimas se escaparon sin querer, de felicidad.
Quité despacio esa nariz roja que dos horas había llevado en el escenario y la coloqué en mi estantería una vez más.
- ¡Papá, lo has vuelto a hacer! -
Escuché a mis espaldas; mi hijo reía. Lo abracé sin más, aún con la pintura en mi cara.
- ¡Payaso! - me decían.
- Sí, soy todo un payaso - dije con orgullo.