domingo, 17 de diciembre de 2017

Cómplices

Caminaba por la avenida principal, despacio, un cigarro en mano, ojeras negras del rímel y una lágrima que escapaba desapercibida por su nariz.

Tenía dos opciones: volver o sentarse junto al vagabundo que intentaba dormir y refugiarse del frío con una fina manta llena de hojas secas. 

No podía regresar a casa, a esa hora el último autobús había pasado y no le alcanzaba el dinero para coger un taxi.

Se sentó en el suelo, al lado de aquel que empezó a mirarla extrañado. El señor no pronunció palabra, parecía que ambos disfrutaban de esa compañía muda, carente de sentido pero mágica. 

La noche estaba despejada, alumbrada por las luces navideñas que no caracterizaban la escena; se habían convertido sin quererlo en el centro de atención de todas las miradas ebrias que buscaban camas en las que cobijarse y un baño en el que desprender su orgullo.

Los camiones de basura hacían su recorrido sin percatarse que, dos personas ajenas la una de la otra, compartían un sentimiento triste y cómplice. Solo se lanzaban miradas desprevenidas, hacía un par de horas que ella dejó de llorar, el mismo tiempo que él dejó de tiritar, quedaban pocos copos de nieve esparcidos por su alrededor.

Sus manos se unieron, bonita complicidad generada por la soledad. Bonita época del año; o no.


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sábado, 18 de noviembre de 2017

El trébol de cuatro hojas y la paloma

Magia, la señora había enseñado sus cartas y a pesar de parecer imposible, consiguió transformarlas en cristal. Una bonita medalla que alguna persona del público descubriría que era real. Nada de trucos, solo un objeto y sus dos manos.

Parecía evadida pero su mirada guiaba a las cabezas espectadoras por cada recoveco del local.

- ¿Quién lo quiere?

Era un trébol de cuatro hojas, cuyo destino era incierto y su suerte tentada. Todos se miraban unos a otros, sin saber qué decir.

Mientras, la maga sostenía en uno de sus dedos el pequeño y brillante colgante, de perlas plateadas y verdes. Iluminaban la estancia.

- ¿Quién lo quiere? - volvió a insistir

El trébol, ante la mirada atónita de los asistentes, empezaba a descomponerse. Se bajó del escenario, cobijó la cadena entre sus dedos, frotó con fuerza y cuando abrió sus manos una paloma negra echó a volar.

La paloma se posó encima de la lámpara, sobre las cabezas de todos los allí presentes. Produjo un sonido desafiante que heló la sangre.

- ¿Quién lo quiere? - dijo por última vez

No hubo respuesta. Enfocó su mirada al animal por encima de sus gafas y entre murmullos invocó un hechizo. Sus plumas empezaban a desprenderse y se transformaban en pequeños trozos de cartón; el as de trébol cayó a los pies de cada invitado. Cuando levantaron sus cabezas la protagonista ya había desaparecido.


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miércoles, 18 de octubre de 2017

Pobre Sebastián

Día de lluvia; el frío no era protagonista pero Susana estaba tapada con una manta, tumbada en el sofá. Leía un libro y como compañera tenía una botella de agua para calmar la sed; no pensaba moverse en mucho tiempo, quizá en toda la tarde.

El décimo capítulo empezaba así:

"Sebastián observaba en ese instante el retrovisor, parecía que ese coche le seguía desde que salió de casa. Giraba en una esquina, en otra; cuando se saltaba un semáforo a punto de enrojecer, el vehículo de detrás suyo también lo hacía.

La matrícula le resultaba familiar pero a esa distancia no podía comprobar quién conducía. No sabía qué hacer, su hermana lo esperaba en la cafetería de siempre y a la misma hora.

Llegó a tiempo a la cita y antes de entrar a la cafetería observó atónito que la persona que lo seguía había estacionado en la acera de la calle principal, muy cerca para comprobar que era un Ford Fiesta pero lo suficientemente lejos para no ver de quién se trataba.

- ¿Le has dicho a tu espía personal que solo vienes a hablar con tu hermana? La imbécil de tu novia no aprende hermanito. Ese coche, el de la esquina, es de mi amiga Claudia y te invito a la merienda de hoy si la que conduce no es Gloria - 

Sebastián no dijo nada y se despidió de ella. En el coche Gloria lloraba:

- Lo siento, me pensaba que con mi hermana sí podía quedar, que no te importaba - 

Susana refunfuñó cuando escuchó la puerta. Sentía pena por Sebastián, el protagonista tenía una venda en los ojos con Gloria, ¿cómo podía existir una persona así de controladora?
- ¿Se puede saber dónde has estado? Llueve y es tarde.
- Solo he estado con unos amigos, por eso me he retrasado. No te he dicho nada de venir porque sabía que preferías leer.
- ¡Que sea la última vez, ya sabes que tienes que estar aquí a las 7, del trabajo directo a casa!

Volvió la vista a su libro... -pobre Sebastián- dijo.


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sábado, 9 de septiembre de 2017

Hechicera

Tenía los ojos color plata, la piel morena cual gitana, pelo azabache y cuerpo felino. Se llamaba Melissa, tenía el corazón encantado por serpientes, embrujada por antepasados; todos la conocían como vil ladrona de almas.

- Hechicera, quiero alas para poder volar. Ayúdeme, quiero ser halcón - 

Le decían algunos necios que buscaban estar por encima de sus allegados. 

- Hechicera, concédeme el poder de leer las mentes -

Le suplicaban otros que solo querían jugar a ser Dios. 

Deseos que eran concedidos a su manera, salían de su hogar convertidos en algún ser deforme que sería desterrado por su condición o simplemente no llegaban a salir nunca. Ella siempre ganaba.

Un buen día, llegó a su vera un hombre con largas barbas cobrizas, ropa deshilachada y cuerpo ensangrentado. Cuando vio a Melissa le dijo:

- Hermosa hechicera, he recorrido cielo y tierra para poder encontrarle, he surcado los mares y peleado con misteriosas criaturas para que escuche mi deseo. Hechicera, solo quiero su corazón. -

Por primera vez ella quedó petrificada, avanzó despacio hacia el señor que solo había pedido amarla. Descendió por las escaleras que los separaban; puso en pie al hombre que se arrodillaba ante ella y lo abrazó con lágrimas en los ojos.

- Mi corazón es suyo. -

Ante estas palabras, hincó un puñal en su corazón. De él salieron cuervos negros hasta que su cuerpo se desintegró. Aquel hombre había conseguido lo que muchos no habían logrado; destruyó a la hechicera y se llevó consigo su deseo, el corazón de una bruja. 


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domingo, 27 de agosto de 2017

Mazmorra

Tocaba el violín, el único objeto que le habían permitido quedarse. El paso de los días le había ensuciado y desintegrado la ropa, hasta tal punto que solo cubría su cuerpo una fina capa de mugre y estiércol; la tela no era visible al ojo humano.

No había nada, ni nadie. Un pequeño cuarto con las esquinas cubiertas de hierbajos secos que parecían entrar del exterior.

- La naturaleza no tiene límites - pensó.

Siempre estaba oscuro, rara vez alguien abría la puerta para dejarle un cuenco de agua con el que calmar la sed y podía comprobar que el cielo seguía azul.

Esa vez soñó que hacía música en la gran sala principal, otra vez rodeado por sus alumnos de alta cuna y ante las miradas enamoradas de doncellas invitadas a palacio.

Estaba ella, como siempre radiante, de ojos castaños en forma de oliva, perfectos. Su cabello azabache parecía querer volar con cada nota. La sinfonía se hacía interminable, solo quería hablar con aquella dama que le dedicaba sonrisas distraídas. 
Cuando abrió los ojos, a pesar de la oscuridad pudo verla, hermosa. Parecía un ángel que había llegado para rescatarle o para llevárselo a un lugar mejor y descansar para siempre.
Ante sus ojos moribundos recordaba el día del juicio; apenas duró quince minutos, el tiempo suficiente para que todas las manos de la nobleza lo señalaran y juzgaran por lo que había hecho.
- No sabía que era menor de edad, lo juro -

Había dicho.

- Es cierto, no lo sabía -

Respondió ella, hasta con el rostro empapado de lágrimas era preciosa.

El violinista extranjero pensaba quedarse junto a ella, casarse cuando fuese oportuno y pasar la vida agarrado de su mano. Sin embargo, esa doncella no era una simple sirvienta, no era una costurera y tampoco una campesina.

Había yacido con la hija del Rey, no sabía quién era pero nadie se lo perdonaría jamás.


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miércoles, 16 de agosto de 2017

Basado en hechos reales

La arena se le escapaba de entre los dedos, había sido un día duro. Observaba a su padre arrodillado en la orilla, con el semblante agachado y las manos impregnadas en sangre. 

Se dijo así mismo hacía un par de semanas que no lo volvería a hacer. Se mantendría al margen de todo, saldría a la calle a pasear, no se sentaría en la parada del autobús a esperarla enojado, no volvería a juzgar sin preguntar, no la amenazaría a golpe de insultos y ayudaría en el hogar.

Se lo había prometido a las dos, a ella y a su madre. Pero había fallado, como siempre.

Marta tiritaba, se hacía de noche y quería volver a casa. Él la había obligado a acompañarle:

- Te vienes conmigo

Lo notaba asustado. Era cruel, muy fuerte y en ese momento, más que nunca, un cobarde. 

Ella ya no era una niña, sabía que habían tenido otra discusión. Encerrada en su habitación notó el llanto de su madre, el puño de su padre y el silencio. La misma rutina. 

Se paseaba por la calle a la vista de todos con la ropa ensangrentada, de su mano iba agarrada su hija. Nadie se paraba y preguntaba, miraban hacia otro lado a pesar de que Marta echó a llorar. 

Pararon en un bar para cenar y se sentaron en frente del televisor; la hora de las noticias.

- Una mujer ha sido hallada sin vida en su vivienda. Los hechos apuntan a su marido, el cual pasea por las calles de la ciudad envuelto en su sangre y de la mano de la hija de ambos. Un golpe duro para la pequeña. Una víctima más de la violencia de género.

Los habitantes cerraban los ojos al mismo tiempo que contemplaban al asesino mientras comía y a la niña. Alguna razón tendría.

Los susurros se desvanecieron, Marta escapó de su realidad e intentó sonreír a su progenitor, sin éxito alguno.


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domingo, 16 de julio de 2017

Una historia en un retrato

Valentina no podía dejar de observar aquel cuadro. Se lo había encontrado apilado en la basura junto a otros objetos sin valor. Ese retrato no era insignificante, al menos no para ella.

Los rasgos de esa mujer le recordaban a alguien, sus ojos oscuros, la nariz alargada y la mandíbula prominente. No había sido una señora bella; a juzgar por su imagen, hacía muchos años de su muerte.

Para Valentina, el abrigo que sostenía entre sus manos era de piel de oso, su peinado ostentoso se debía a su origen real y su mirada perdida estaba dirigida a su amor no correspondido. Uno de sus brazos se dibujaba en jarra, parecía posar ante el artista que la retrataba y tal vez la media curva de su boca era una sonrisa que le dedicaba a él. 

Estaba casada desde hacía diez años y había dado a luz a siete varones. Todos engendrados por el mismo hombre, el mayordomo. Las malas lenguas hablaban que el Rey era estéril y había acogido a su mejor compañero en la batalla para que le diera hijos. 

Ese día, una fiebre alta la hizo desmayar y ante la angustia de su esposo y sus hijos, murió.

Valentina había visto ese cuadro en innumerables ocasiones. Su abuela lo tenía colgado en la pequeña sala de estar.

- Mira princesa, ella es mi tatarabuela. 

A pesar de la insistencia de la niña, nunca quiso contarle cual era la verdadera historia que escondía el retrato.

Su madre había querido deshacerse de él cuando su abuela ingresó en la residencia. Valentina lo recogió a escondidas, era un antepasado, una Reina que la haría soñar despierta.



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lunes, 19 de junio de 2017

Cristal

Arturo observaba a Cristal corretear alrededor de la casita de madera. Impaciente, perseguía al nervioso Curro, que babeaba la pelota con la que quería jugar y no dejaba que la pequeña se la quitase.

Tenía el cabello rubio, los tirabuzones caían como oleaje hasta sus hombros. Su risa marcaba unos hoyuelos prominentes en su rostro y achinaba sus ojos; amarillentos, similar al trigo. La mancha de nacimiento en la punta de su nariz se parecía a la suya, pero sus facciones eran iguales a las de ella. 

Sonrió en ese momento a la nada callada, sumisa y a pesar de la alegría, se sintió desvanecer: la echaba de menos.

Por un instante, Cristal evocaba el reflejo de su madre. Las calles otra vez se encontraban asfaltadas de pedrizas, los gritos de los niños y niñas eran recientes y su voz en el oído le recordaba que no estaba solo. 

Se acordaba de la primera vez que él y Melissa se dieron la mano, en un gesto dubitativo y comprometedor, cuando tan solo contaban con catorce años de edad. Por aquel entonces, no se imaginaban que veinte años después engendrarían a una niña tan preciosa. 

Hacía un par de meses que su mujer se había ido de casa. Vació los armarios de sus pertenencias y en una nota escribió:

- Cuida de Cristal - 

Su papel de padre había cambiado, ahora no solo jugaba con su hija y le leía un cuento antes de dormir. Le hacía la comida, la llevaba al colegio y escuchaba con atención los problemas que tenía con sus amigas. Descubrió un mundo nuevo en su pequeña de cinco años.

Cristal había dejado de preguntar por Melissa dos semanas después de su marcha. No sabía cuando regresaría, ni siquiera si la volvería a ver. 

A pesar de todo, él no necesitaba a más mujer que la que ya tenía a su lado.

- Cristal, lávate las manos, es la hora de cenar.


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miércoles, 7 de junio de 2017

Amuleto



Su madre le regaló un diario en su decimosexto cumpleaños, una pequeña llave que abriría la puerta de su corazón y unas páginas en blanco para contar su historia.


Alba nunca escribió y la llave la colgó de su cuello con una cuerda. Para ella este objeto no tenía el significado que todos imaginaban. Con ésta podría acceder a cualquier lugar que se propusiera. 


Pasaron los años, muchas ventanas de su mundo aún no habían sido abiertas; debido a ello guardó en una mochila algo de dinero, comida para el camino y una cámara de fotos. Fue una decisión que nadie había tomado por ella.


Desde que se fue de casa, cada despertar, aparecía en su memoria la frase de su abuela:


-     - Siempre que puedas, duerme una hora más.


Reía, bostezaba y empezaba un nuevo día.


Encontró en sitios inesperados una puerta hacia la libertad, palpó con sus manos la verdad. No era necesario plasmar en sus redes sociales lo que vivía, ser feliz la mantenía muy ocupada para hacerlo.


Trabajos fugaces, lazos pasajeros, sexo desmedido y carreras sin meta. Alguna mirada cómplice entre la multitud le recordaba que su hogar podía ser cualquiera.


Un buen día, aquel hotel no le pareció de cinco estrellas como de costumbre, su amanecer fue diferente; era hora de volver.


Arropó con cariño el amuleto que colgaba de su cuello, se vistió con prisa y cogió el primer vuelo de regreso. Había llegado muy lejos y la mochila se había transformado en un par de maletas.


Ella tenía claro que regresar no era vuelta a la rutina; siempre podía volver a marcharse.


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domingo, 28 de mayo de 2017

Conjuro

Esa mañana Max entró en el gimnasio; el instituto había anunciado la semana artesanal. Pequeños tenderetes con toda clase de productos, desde dulces caseros hasta pulseras elaboradas por el alumnado. El dinero iría destinado a alguna asociación con la que dirección se había comprometido.

En una de las tiendas leyó: "Bruja hechicera, bola de luna".
 
Aida decía llamarse la chica que vigilaba una pequeña bola de cristal. Unas cartas a su vera y olor a incienso.

Se sentó en el lado opuesto y la miró:

- Y tú muchacha, ¿qué vendes?

- Leo el futuro en las manos, en las cartas o en mi bola de cristal.

El profesor le tendió sus manos sin mencionar palabra. Ella rozó de forma leve las puntas de sus dedos e hizo círculos concéntricos desde el exterior al interior de su palma.
 
- ¿Ves algo?
 
- Nada, no puedo sentir lo que dicen las líneas de tus manos. Si prefieres, puedo echarte las cartas. 

Max se levantó y echó dos euros en la cesta. Se despidió de ella con una sonrisa.
 
- Cristal de mi vida y alma errante, despliega tus alas, dibuja en su corazón el camino que lo haga llegar de nuevo a mí.
 
Aida había encontrado en las manos de Max caricias desgastadas y en sus ojos lágrimas incurables que ella misma sanaría. No había varitas mágicas, solo un conjuro.
 
 
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sábado, 6 de mayo de 2017

La aldeana



Era fiesta en la aldea, otro año más de buena cosecha. Los campesinos que se encargaban de recolectar las mandarinas y repartirlas a los habitantes eran conmemorados por su acción y ante el patrón se coronaban como los jefes del poblado. 

Este título siempre lo ganaban los mismos hombres y cuando éstos envejecían, el puesto era otorgado al hijo varón. En el caso de no haber sido bendecido con tal ofrenda, éste quedaba desierto hasta que los jefes decidían el muchacho que ocuparía tal lugar.

Aitana consideraba que ella no formaba parte de aquella aldea, al vivir más cerca de las montañas, ser una especie de curandera y carecer de amigos, se merecía el nombre por el que todos la conocían: “La rara”.

Unos días antes del inicio de la celebración, Aitana siempre preparaba bolsitas rellenas de piedras que ella misma recogía y que vendía en el mercadillo; éstas llevaban títulos como: amor, paz, paciencia, sabiduría o amistad. Las colocaba en fila y a la espera de que alguien decidiese comprar alguna, se sentaba al lado de la figura del patrón San Polo Flash, rodeada de globos naranjas, el símbolo de ofrenda y de la aldea. 

Ese año sería diferente, había decidido vender otro producto. Ella no comía mandarinas, pero recordó el olor que desprendían las manos de su padre cuando las pelaba.

-        -   ¿Qué es esto?
-        -   Es mi nuevo perfume, “Perfume de mandarina”

El pequeño quedó sorprendido y echó una mirada angelical a su madre que ya negaba con la cabeza antes de que éste formulase la pregunta. No consiguió vender nada.

Cuando todo el mundo dormía, dejó en cada puerta un frasquito de su perfume y roció la figura del patrón con este delicado aroma.

Al despertar, una deliciosa fragancia era la protagonista de la aldea. Todos los habitantes embriagados buscaron desesperados a Aitana, sin éxito alguno.

Ya no estaba allí, se había marchado feliz porque había descubierto lo que para ella era el significado de haber vivido en la aldea de la mandarina: El olor de su padre.

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sábado, 22 de abril de 2017

La hiedra del tejado

Elvira no pidió regalos en su pasado cumpleaños. A pesar de ello, sus padres la obsequiaron con un nuevo ordenador y su pareja había decidido comprarle un ramo de flores. 
Tras recibir éste último y con una sonrisa, dijo:

- ¿Es el día de Reyes? -

Las miradas eran fulminantes, nadie había entendido el significado de sus palabras. El tartamudeo de Óscar rompió el silencio con poco éxito. Elvira negó con la cabeza y se levantó en silencio, a los pocos segundos desaparecía del comedor donde las dos velas de la tarta acababan de consumirse.

En la cocina cogió un vaso en el  que cupiesen las flores, lo llenó de agua y lo dejó al lado de la figura de la virgen que decoraba la entrada. El ramo era bonito pero no iba a ponerlo en su habitación.

Óscar no subió, se despidió de los padres de Elvira con dos besos sonoros a cada uno y cerró la puerta tras su salida. Su adiós se fundía con los gritos de los niños que habían en la calle y que luchaban por coger caramelos. Desde ese día, Elvira nunca más supo de él.

Pasó el tiempo, dos meses quizá; ella estaba sentada en el escalón de la entrada con un libro entre sus manos. No leía, observaba cada detalle de la flor que se había posado en una de sus hojas. Ésta parecía haberse desprendido de la hiedra del tejado. 

Elvira miró hacia arriba, escapándosele así una lágrima al recordar que no, no había hiedra en la entrada de su casa. El pétalo seco no había caído en el libro, lo puso ella misma allí, procedía de una de las flores que Óscar le regaló aquel frío día de Enero y que sí era el día de Reyes.


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miércoles, 19 de abril de 2017

Y si...



Margarita había llegado tarde. Su compañera de pupitre la miró extrañada cuando entró a clase, ella solía ser muy puntual.

Doña Claudia no hizo preguntas y la dejó pasar. Se sentó, en silencio abrió la mochila y sacó el libro de latín, estudiar idioma no era lo suyo. Escuchaba la lección apoyada a la pared, ese día no se había levantado con buen pie; desde que empezó bachillerato ninguna mañana lo hacía.

Cogió un lápiz y sin pensarlo dibujó en la mesa la imagen de un perro que antes de entrar al instituto se había acercado a ella y rogaba comida. Dibujaba sin esconderse, parecía no importarle lo que pasaba a su alrededor.

-         - Tss, tía… para.

El aviso de su amiga no llegó a tiempo y al otro lado del aula alguien dijo:

-         - Señorita García, veo que no le interesa mi clase. 

No hubo respuesta.

-         - En lugar de hacer gamberradas, debería interesarse un poco más por su educación. Atienda por favor.

A pesar de la insistencia de su profesora, ella seguía en su mundo de fantasía. Sombreaba su dibujo y por la expresión de su rostro, se podía ver que estaba orgullosa del resultado.

Arrancó una hoja de su cuaderno con tiento, a escondidas pudo coger su caja de lápices de colores y empezó a crear. Su imaginación volaba.

Una sombra a su lado la interrumpió, alzó la vista y todos la miraban. Doña Claudia a su vera intentaba descifrar lo que su alumna hacía. Le quitó de sus manos el papel, lo tiró a la basura y observó con desprecio el manchurrón que había en el escritorio.

-          - Limpia “eso” y después hablamos con el director. Fuera de clase.

Margarita no mencionó palabra, ella solo borró su pequeña obra de arte tras un suspiro.


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Seres mitológicos

Estoy sentada en el suelo, con las piernas cruzadas. En el sofá está mi hermano, dormido. Todo está en silencio; él ha llegado de trabajar ...