Su
madre le regaló un diario en su decimosexto cumpleaños, una pequeña llave que
abriría la puerta de su corazón y unas páginas en blanco para contar su
historia.
Alba
nunca escribió y la llave la colgó de su cuello con una cuerda. Para ella este
objeto no tenía el significado que todos imaginaban. Con ésta podría acceder a
cualquier lugar que se propusiera.
Pasaron
los años, muchas ventanas de su mundo aún no habían sido abiertas; debido a
ello guardó en una mochila algo de dinero, comida para el camino y una cámara
de fotos. Fue una decisión que nadie había tomado por ella.
Desde
que se fue de casa, cada despertar, aparecía en su memoria la frase de su
abuela:
- - Siempre que puedas, duerme una hora más.
Reía,
bostezaba y empezaba un nuevo día.
Encontró
en sitios inesperados una puerta hacia la libertad, palpó con sus manos la
verdad. No era necesario plasmar en sus redes sociales lo que vivía, ser feliz
la mantenía muy ocupada para hacerlo.
Trabajos
fugaces, lazos pasajeros, sexo desmedido y carreras sin meta. Alguna mirada
cómplice entre la multitud le recordaba que su hogar podía ser cualquiera.
Un
buen día, aquel hotel no le pareció de cinco estrellas como de costumbre, su
amanecer fue diferente; era hora de volver.
Arropó
con cariño el amuleto que colgaba de su cuello, se vistió con prisa y cogió el
primer vuelo de regreso. Había llegado muy lejos y la mochila se había
transformado en un par de maletas.
Ella
tenía claro que regresar no era vuelta a la rutina; siempre podía volver a
marcharse.
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