domingo, 28 de mayo de 2017

Conjuro

Esa mañana Max entró en el gimnasio; el instituto había anunciado la semana artesanal. Pequeños tenderetes con toda clase de productos, desde dulces caseros hasta pulseras elaboradas por el alumnado. El dinero iría destinado a alguna asociación con la que dirección se había comprometido.

En una de las tiendas leyó: "Bruja hechicera, bola de luna".
 
Aida decía llamarse la chica que vigilaba una pequeña bola de cristal. Unas cartas a su vera y olor a incienso.

Se sentó en el lado opuesto y la miró:

- Y tú muchacha, ¿qué vendes?

- Leo el futuro en las manos, en las cartas o en mi bola de cristal.

El profesor le tendió sus manos sin mencionar palabra. Ella rozó de forma leve las puntas de sus dedos e hizo círculos concéntricos desde el exterior al interior de su palma.
 
- ¿Ves algo?
 
- Nada, no puedo sentir lo que dicen las líneas de tus manos. Si prefieres, puedo echarte las cartas. 

Max se levantó y echó dos euros en la cesta. Se despidió de ella con una sonrisa.
 
- Cristal de mi vida y alma errante, despliega tus alas, dibuja en su corazón el camino que lo haga llegar de nuevo a mí.
 
Aida había encontrado en las manos de Max caricias desgastadas y en sus ojos lágrimas incurables que ella misma sanaría. No había varitas mágicas, solo un conjuro.
 
 
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