Era
fiesta en la aldea, otro año más de buena cosecha. Los campesinos que se
encargaban de recolectar las mandarinas y repartirlas a los habitantes eran
conmemorados por su acción y ante el patrón se coronaban como los jefes del
poblado.
Este
título siempre lo ganaban los mismos hombres y cuando éstos envejecían, el
puesto era otorgado al hijo varón. En el caso de no haber sido bendecido con
tal ofrenda, éste quedaba desierto hasta que los jefes decidían el muchacho que
ocuparía tal lugar.
Aitana
consideraba que ella no formaba parte de aquella aldea, al vivir más cerca de
las montañas, ser una especie de curandera y carecer de amigos, se merecía el
nombre por el que todos la conocían: “La rara”.
Unos
días antes del inicio de la celebración, Aitana siempre preparaba bolsitas
rellenas de piedras que ella misma recogía y que vendía en el mercadillo; éstas
llevaban títulos como: amor, paz, paciencia, sabiduría o amistad. Las colocaba
en fila y a la espera de que alguien decidiese comprar alguna, se sentaba al
lado de la figura del patrón San Polo Flash, rodeada de globos naranjas, el
símbolo de ofrenda y de la aldea.
Ese
año sería diferente, había decidido vender otro producto. Ella no comía
mandarinas, pero recordó el olor que desprendían las manos de su padre cuando
las pelaba.
- -
¿Qué es esto?
- -
Es mi nuevo perfume, “Perfume de
mandarina”
El
pequeño quedó sorprendido y echó una mirada angelical a su madre que ya negaba
con la cabeza antes de que éste formulase la pregunta. No consiguió vender
nada.
Cuando
todo el mundo dormía, dejó en cada puerta un frasquito de su perfume y roció la
figura del patrón con este delicado aroma.
Al
despertar, una deliciosa fragancia era la protagonista de la aldea. Todos los
habitantes embriagados buscaron desesperados a Aitana, sin éxito alguno.
Ya
no estaba allí, se había marchado feliz porque había descubierto lo que para
ella era el significado de haber vivido en la aldea de la mandarina: El olor
de su padre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario