Sintió una sacudida en su pecho en aquella madrugada otoñal y despertó. Tras disfraces trastocados en su alma de criatura inquieta, una bella figura hacía aparición... sin más, hermosa... perfecta, redonda e inmensamente plateada; reflejando en la superficie su propia imagen.
Aquella silueta era testigo de que su almohada, esa noche, una vez más, derramó lágrimas en su compañía; siendo la misma la única capaz de ofrecerle consuelo, la única capaz de hacerle sentir bien... pues no le hablaba, solo le escuchaba y lo más importante... le comprendía.
Le comprendía... como él, en ese determinado instante comprendió que aquella habitación era diferente a la de antaño... y que, a pesar de ser esa misma almohada y esa misma luna las que presenciaban sus sueños, él ya no era el que en toda ocasión merodeaba por los rincones de ese dormitorio en la oscuridad; ya había crecido.
Le comprendía... como él entendió que mientras dormía siempre le acompañaría la luna, la almohada y aquella que siempre la había cuidado y dormía, una noche más, a su lado.
Miró hacia arriba en el cielo y siguió viendo su reflejo... su propio reflejo... y se vio a sí mismo, en una ocasión más como aquel gato maullando a la luna.