Margarita
había llegado tarde. Su compañera de pupitre la miró extrañada cuando entró a clase,
ella solía ser muy puntual.
Doña
Claudia no hizo preguntas y la dejó pasar. Se sentó, en silencio abrió la
mochila y sacó el libro de latín, estudiar idioma no era lo suyo. Escuchaba la
lección apoyada a la pared, ese día no se había levantado con buen pie; desde
que empezó bachillerato ninguna mañana lo hacía.
Cogió
un lápiz y sin pensarlo dibujó en la mesa la imagen de un perro que antes de
entrar al instituto se había acercado a ella y rogaba comida. Dibujaba sin esconderse,
parecía no importarle lo que pasaba a su alrededor.
- - Tss, tía… para.
El
aviso de su amiga no llegó a tiempo y al otro lado del aula alguien dijo:
- - Señorita García, veo que no le interesa
mi clase.
No
hubo respuesta.
- -
En lugar de hacer gamberradas, debería
interesarse un poco más por su educación. Atienda por favor.
A
pesar de la insistencia de su profesora, ella seguía en su mundo de fantasía.
Sombreaba su dibujo y por la expresión de su rostro, se podía ver que estaba
orgullosa del resultado.
Arrancó
una hoja de su cuaderno con tiento, a escondidas pudo coger su caja de lápices
de colores y empezó a crear. Su imaginación volaba.
Una
sombra a su lado la interrumpió, alzó la vista y todos la miraban. Doña
Claudia a su vera intentaba descifrar lo que su alumna hacía. Le quitó de sus
manos el papel, lo tiró a la basura y observó con desprecio el manchurrón que
había en el escritorio.
-
- Limpia “eso” y después hablamos con el
director. Fuera de clase.
Margarita
no mencionó palabra, ella solo borró su pequeña obra de arte tras un suspiro.
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