miércoles, 5 de abril de 2017

La escopeta, la bala y el ciervo


Esa misma tarde, Elías había decidido enseñar a su hijo a cazar, contemplarían el paisaje, comerían tortilla de patatas con chorizo cocinada por su mujer y vivirían una buena tarde de campo en familia.
 
Padre e hijo compartían tiempo y disfrutaban del sol, la escopeta había pasado a un segundo plano y el chico era feliz; su padre por fin le dedicaba una sonrisa. Caminaban por un sendero que ellos mismos construyeron con piedras que Samuel encontraba; justificaba que todas ellas tenían forma de animal y por eso las elegía. 

Las pecas agrupadas en el rostro de Samuel reflejaban su edad y la inocencia estaba presente. Siguieron caminando sin rumbo, esperaban encontrar un paisaje encantado, una cueva en la que habitara un ogro de un solo ojo que los invitara a merendar, un genio escondido tras un árbol que le regalara sus mayores deseos o tal vez una casa de chocolate como la de Hansel y Gretel pero sin una bruja malvada que quisiera guisarlos en el horno. 

En lugar de esto, llegaron a un llano anaranjado con pinos en la lejanía. Unos cuernos asomaban entre el espesor de la hierba, era un ciervo que movía sus orejas y parecía querer descifrar lo que pensaban los dos humanos que se encontraban frente a él.  


Samuel quiso gritar de emoción en el mismo instante que Elías tapó su boca para que callase. Sus manos fueron a parar muy despacio en el rifle y quitó el seguro del mismo.

- Mira hijo, así se hace

La bala que Elías proyectó, fue su sufrimiento y el de su progenitor. El pequeño se abalanzó, puso su cuerpo entre el ciervo y el fusil culpable de la tragedia.


Elías lloraba, vio como el ciervo se escondía en el bosque. Se sentó al lado del diminuto cuerpo, con las piernas recogidas y el niño en su regazo. Escribió en sus recuerdos:


“Un atardecer, senté a la Belleza sobre mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la insulté” 
Arthur Rimbaud

Resultado de imagen de un ciervo

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