domingo, 27 de noviembre de 2016

Su llegada

La recibimos entusiasmados el mismo día que volvió a casa. Todos menos Juan, él ni siquiera alzó la vista en su presencia. Estaba concentrado mirando su taza de chocolate, parecía que muy en su interior ese recipiente de cerámica le invitaba a despegar sus alas imaginarias y volar. No comprendí con exactitud su comportamiento, sin embargo, la recién llegada no se percató, se limitó a sentarse a su lado y a acompañarlo en la acción. 

Llevaba un abrigo demasiado elegante, las pestañas muy elevadas y los labios rojos; había cambiado mucho.

- ¡Es ella!, ¡es ella! - por un instante creí escuchar las palabras que Juan repetía cada vez que mamá llegaba a casa al mismo tiempo que el pan del desayuno, todas las mañanas muy temprano. Resignada comprobé que todo era diferente, él seguía inmóvil. 

En cualquier momento me habría encantado levantarme enfadada y darle unas bofetadas debido a su mala conducta. No lo hice, él no entendería por qué lo hacía y la mujer que tenía a su lado no me lo habría permitido. Había cambiado pero seguía siendo el alma protectra del más pequeño de la casa.

Estábamos todos serios y callados, solo observábamos la escena. De su bolso sacó las gafas de la ilusión que ella siempre llevaba cuando le leía su cuento favorito, sin embargo mi hermano no reaccionó. Él siguió en su mundo ficiticio, dibujando en el chocolate flores de colores, paraísos encantados y a su princesa. 

Había pasado tanto tiempo que esa frase que pronunciaba cada vez que la veía - ¡Es ella!, ¡es ella! - había sido olvidada para siempre. 


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