Esa herida jugaba contra la corriente del mar de mis suspiros, intercalando la sal de mis pulmones con el agua en tempestad de la caja roja redonda que conforma el gran motor de mi cuerpo... lástima que ya no se encontrase como antaño... ahora se tornaba cada vez más pequeño conforme pasaban los segundos del gran reloj de mi vida.
Por momentos, la pequeña aguja que marcaba el compás de mis párpados, se convertía, por arte de magia en lágrimas que solas brotaban e irremediablemente... dejaba al descubierto esa pequeña herida que la cicatriz dejó guardada en ese instante, síntoma del pasar del tiempo.
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