Mencionó entre sollozos la joven, dirigiéndose estrepitosamente y con angustia a la persona que más amaba.
Justo cuando cuestionó dicha pregunta, desvió su mirada hacia la mesa del salón, y tal y como esperaba, los dos niños la observaban estupefactos ante su reacción.
El más pequeño lloraba ante el evidente comportamiento; había vivido en el vientre de su madre cuando ésta contaba con sólo dieciséis años de edad y desde entonces jamás se había separado de ella. El chico de edad más avanzada tenía sus ojos azules muy abiertos, pues aquella muchacha que gritaba, se dirigía a su hermano de manera grosera, sin entender la razón, sólo tenía seis años.
- No llores mi vida.
Dijo, mientras adelantaba dos pasos para abrazarse con su pequeño; éste, irremediablemente, al sentir el cobijo de su madre, dejó de llorar, sin embargo, ahora era ella quién derramaba lágrimas sin ton ni son.
A pesar de la frase que le cuestionó en un principio, el joven no dijo palabra alguna, seguía con su tez seria y sin mostrar afecto por la persona que ahora mismo lloraba ante su presencia. Sin pensarlo, cogió a su hermano en sus brazos y pegó un portazo al que ya la tenía acostumbrada, pues se había convertido propio en él hacerlo sin más.
- ¿Por qué lloras mamá?
Pudo decir entre balbuceos el pequeño.
Ella simplemente lo abrazó aún más fuerte, mientras dirigía una de sus temblorosas manos a su vientre y siguió fundiéndose en llanto al mismo tiempo que acariciaba con cariño la zona que segundos antes sus manos todavía de niña había tocado.
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