martes, 26 de agosto de 2014

Vencedor de mil batallas.

Mis manos se volvieron intactas esa noche - sin saber que yo misma decidí dejarlas quietas, tenues y sin vida - y ellas observaban que ya, mi cuerpo, no deseaba acariciar al oponente, que prefería que los dedos se volviesen callados, vacíos. 

Mis brazos no respondían al deseo que producía la configuración del cerebro - sin saber que yo misma decidí dejarlos quietos, tenues y sin vida - y ellos observaban que ya, mi cuerpo, no era marioneta del corazón, sino que era títere de mi alma y de mi pasado. 

Mis labios inertes estaban - sin saber que yo misma decidí dejarlos parados, secos y sin vida - y ellos observaban que ya, el sabor y el gusto, no pertenecían a él, como minutos antes, sino que en esa ocasión, eran dueños de sí mismos. Preferían ser mojados por mi propia saliva que por la del que dormía en mi cobijo. 

Mis ojos derramaban cántaros de agua - a pesar de que yo misma quería pararla - para no mojar la almohada. Ellos mismos observaban que esas gotas mancharían mi rostro y comprendían que, había aprendido a ser fuerte aunque las lágrimas siguiesen siendo saladas. 

Mis sonrisa se transformó en la más fea de las curvas - en esa ocasión se encontraba hacia abajo - y ella misma observaba que, por mucho que el reloj siguiera marcando la hora, el daño era tan grande que sería difícil de borrar el recuerdo del dolor.

Mi corazón encendió su vía de escape y despertó, como una llamarada de fuego, como si de un incendio se tratase - a pesar de que yo misma era la que lo provocaba - Él observaba que, aunque mis manos, mis brazos, mis ojos y mi sonrisa estuvieran en su contra, no tenía miedo, pues sabía que él siempre sería el vencedor de toda batalla. 





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