Vivimos esperando a que llegue - lo sabéis -. A cada instante miramos la hora del reloj y contamos los minutos que faltan para que llegue el momento preciso que nos lleva a ese hola ansiado, hacia aquel baño de espuma, a su sonrisa, a esas caricias entre sábanas o al beso en la mejilla de buenas noches.
Vivimos esperando la lluvia, poder entrar en casa, acurrucarnos entre cojines y ver películas de terror. Esperamos el fin de semana, cruzamos los dedos para que todo salga bien, nos evadimos del presente y esperamos un quizás - ¡esta vez sí! - .
Esperamos que llegue el sol, las cenas entre amigos, las charlas a altas horas de la noche sin pensar en madrugar. Ansiamos poder bañarnos en la playa y pasar calor.
Vivimos contando los días que faltan para encontrar ese amor verdadero y ese guiño único que nos haga sentir especial. Vivimos esperando a que llegue.
Vivimos esperando a que llegue el segundo exacto, el mismo que dice que aflojes o ¡quién sabe!, que aceleres. El mismo que te aconseja, que te guía en una dirección concreta y te invita a ser feliz aunque sea solo un par de horas.
Vivimos esperando escapar de la rutina y a que llegue nuestro momento.
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