Un día, el menos pensado, se enamoró. No fueron necesarios ramos de flores, ni tampoco mensajes en la noche, no fue necesario lanzar oportunidades al viento sin contestación... no hizo falta convencer, ni invitar a encuentros inesperados pero totalmente llenos de ilusión; ni siquiera se rozaron sábanas que invitaron a una sinfonía en la madrugada.
El día menos pensado, se enamoró. No fue de sus ojos, ni de su sonrisa, tampoco sus manos influyeron... no hicieron falta caricias, ni besos de despedida, porque un día, el menos pensado, se enamoró.
Sí, se enamoró... lo hizo a descaro de su corazón, esta vez rejuvenecido, se enamoró de aquel sendero recorrido en el tiempo desde que, irremediablemente, comenzó a vivir en el mundo real... se enamoró, sí... pero no de cualquiera, fue del propio reflejo que ofrecía el sonido del despertador todas las mañanas, fue de su rutina en busca de la felicidad.
Y es que el día menos pensado y sin más remedio.... me encontré enamorada de la vida.
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