lunes, 2 de enero de 2017

La eterna juzgada

El canto del pájaro la interrumpió de su siesta, mostraba su piel medio desnuda al sol, tapaba sus intimidades con una camisa y un vaquero algo escueto de tela y a todos encandilaba. No sería por su belleza, ésta quedaba camuflada tras los todavía granos de la adolescencia y esa grasa que empezaba a acumular por cada recoveco de su cuerpo. Sin embargo, le gustaba la imagen que reflejaba el espejo, estaba enamorada de sí misma y no le importaba nada lo que dijesen los demás.

A pesar de esto, ellas la señalaban, las malas lenguas decían que se acostaba con todo hombre que se le presentara y que  el sexo era su única compañía. Razón no les faltaba, estaba sola y se cobijaba en camas de desconocidos todas las noches de sábado, cuando encontraba algún hueco en su ajetreada agenda de joven estudiante y trabajadora. Se reían a su espalda y la juzgaban.

Ellos la inquietaban, estudiaban sus piernas, le lanzaban besos obscenos al aire y guiños irrespetuosos. ¡Pobrecitos!, no entendían que ellos jamás disfrutarían de sus encantos, no ante cualquiera liberaba su cola de sirena.

- ¡Puta! - escuchó no muy lejos de allí, parecía una voz femenina. No se giró, prefirió seguir caminando por el césped descalza y mostrar su hechizo con cada paso que daba. Envidia, pensaba. 

Por un instante se llevó la mano a sus labios insípidos y recordó la humillación de la vez pasada tras un suspiro. - Errores tenemos todos - lloró, jamás volvería a pasar, tendría que ser mucho más selectiva y cuidar cada detalle.

La juzgaban por no enamorarse, porque prefería danzar en colchones desgastados y jugar a perderse en el infierno si hacerlo se consideraba pecar. La juzgaban porque era mujer de varios hombres y no hombre de muchas mujeres. 

Siguió caminando sin rumbo, a su lado pasó apresurado un niño que no llegaba a los 8 años de edad, persiguiendo una mariposa. Deseaba tener esa edad de nuevo, ser esa criatura inocente que corría con los ojos cerrados y que no distinguía de género ni de desigualdad de sexos, ¿la juzgarían entonces? 

Con esa pregunta se echó una vez más en el césped, dispuesta a dormir otra vez y evadiéndose de la realidad, pero jamás intentando huir de lo que ella consideraba su única forma de vida. 

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